MAR DE LEVA

El bróker

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Nuestros tatarabuelos tuvieron el sueño de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Nos vendimos a nosotros mismos el bello sueño de la democracia, sabiendo que era el menos malo de los sistemas posibles, y nos aclimatamos al estado del bienestar, esa quimera que nos hizo apoltronarnos y volvernos, como los humanos del futuro de Wall-E, cómodos miradores de la nada. Le dimos la llave del gallinero a las raposas, encargamos nuestros bosques a los pirómanos. Y han sido capaces, en apenas veinte años, de darle la vuelta a la tortilla y esquilmarnos. No les importamos nosotros: les importan los números. La terrible verdad es que este futuro apocalíptico que es nuestro presente no lo trae ninguna guerra nuclear, ninguna catástrofe cósmica, ningún agotamiento de las reservas naturales ni ninguna guerra de razas o de credos. No lo traen siquiera los políticos, meras herramientas de todo esto a cambio de dos coches oficiales y chupar del bote hasta que los boten cuando ya no sirvan. Lo traen los «mercados», los «ecónomos».

Lo vieron en Inglaterra esta semana, en la BBC. Un bróker altivo y cínico, la versión posmoderna de aquel personaje que hizo Michael J. Fox en la tele, el reverso tenebroso de aquel Michael Douglas de Wall Street. Y lo soltó a las claras, el hijo de perra, parapetado en su dinero y su desprecio. Se sabe a salvo de nosotros, se sabe dueño de nuestros ahorros, le importamos un pimiento porque, y cito textualmente, le interesa la crisis para ganar dinero, para volverse todavía más rico. Está preparado para lo que venga, para salir a flote, para seguir cachondeándose de toda esa gente que no llega a fin de mes, que tiene sus magros ahorros con la soga al cuello. Es el verdadero terrorista de nuestra época.

La diferencia entre el nazismo y el fascismo es el cinismo. Estamos en manos de los cínicos. Un estado sin rostro, corporaciones que están por encima de las naciones. A río revuelto, ganancia para ellos mismos. No sabe el bróker que una tontería por el estilo, a costa del pan y los dulces, le costó a María Antonieta el cuello. Tenga cuidado porque alguna vez despertaremos.