DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

TIEMPOS REVUELTOSCRISIS DE FERIA

Lo que más molesta de todo esto es que la situación económica haya tocado también al mayor tesoro de nuestro calendario festivoLa Junta ha ofrecido a sus empleados de Justicia trabajar horas extra por la tarde; quizá debería haberlo hecho con parados

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El rumor estaba en la calle desde hace un tiempo, así que para muchos no ha sido una sorpresa monumental el hecho de que el Ayuntamiento de Jerez haya decidido recortar un día la Feria del Caballo y pasar la inauguración del alumbrado al lunes. En la pequeña y nada científica encuesta que me ha dado tiempo a realizar entre los más cercanos, hay división de opiniones, pero en mis conclusiones más inmediatas diría que la mayoría no comparte la decisión tomada por el gobierno local con el objetivo único de ahorrar. Puede que tenga a demasiados feriantes a mi alrededor o puede que, realmente, el común de lo mortales no entienda la medida que han puesto en marcha la alcaldesa María José García-Pelayo y su equipo. Quizá lo que más molesta de todo esto -y ahora estoy hablando en primera persona- es que esta maldita y pordiosera crisis haya tocado también nuestra gran feria, el mayor tesoro de nuestro calendario festivo, la joya de la corona de nuestro escaparate. La crisis nos ha dejado sin autobuses durante semanas, va a diezmar la radiotelevisión municipal, ha puesto de patitas en la calle a cientos de personas en Jerez, se ha cargado empresas, ha recuperado los economatos sociales en la ciudad y ha destrozado la moral de tanta y tanta gente. ¿Y ahora esto? ¿También la Feria? Por otra parte, el Ayuntamiento de Jerez se ha apresurado a decir que el sector hostelero, lo feriantes, están de acuerdo con el recorte de un día de la Feria del Caballo. Supongo que esto significa que, realmente, la Feria era demasiado larga y que las casetas no le encontraban rentabilidad suficiente. Algo que choca frontalmente con el hecho de que año tras año no existan renuncias por parte de los caseteros a la hora de instalarse en el Real del parque González Hontoria. Y si todos o casi todos repiten, debe ser que al final la caja no está tan mal. Escribiendo estas líneas me viene a la mente una conversación con el ex alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, padre intelectual del modelo de feria que conocemos en la actualidad, en la que se mostraba partidario de reducir aún más la duración de la más internacional y colorida de las fiestas de nuestra tierra. Apostaba por arrancar el martes o el miércoles, pero me da la sensación de que una medida de ese calibre casi le costaría la alcaldía a quien tuviese bemoles de llevarla a cabo. Quienes se oponen radicalmente a la eliminación del primer domingo de feria -entre los cuales me estoy dando cuenta de que puedo estar yo mismo- hay quien pregunta si realmente se producirá un ahorro importante en la factura que paga el Consistorio por la Feria o si es una medida más bien efectista o de cara a la galería. Otros dicen que, en vez de meter la tijera en el calendario, se podría meter en el número de bombillas, aunque he de reconocer que ésta no es una solución con la que esté de acuerdo. Para los que están o estamos de luto por la pérdida de un día de feria, no debemos olvidar que el Ayuntamiento ha explicado que esta medida solo se aplicará, de momento, en la edición de 2012 y que por ahora no se sabe qué pasará en año posteriores. Hay opiniones a favor y en contra, pitos y aplausos, división de opiniones y polémica, porque todas las cuestiones importantes desatan polémica cuando se someten a transformaciones. Y la Feria de Jerez es importante, y mucho, para los jerezanos. Es la fiesta por excelencia, un puñado de días en los que la ciudad gira alrededor del vino, el caballo y, aunque menos, el flamenco. La Feria es un motivo de orgullo para los jerezanos, que disfrutamos mostrando al mundo nuestra cultura y manera de divertirnos, que abrimos la ciudad y el González Hontoria de par en par a todo el mundo, para que los de allá y acullá disfruten tanto como nosotros. Por todo eso y mucho más nos entristece una medida que, aunque puede ser necesaria desde el punto de vista económico, no deja de ser un pequeño o gran golpe la moral. Porque la crisis ya nos había tocado el bolsillo, el futuro, las expectativas, los proyectos. La crisis nos había tocado nuestra forma de vivir y trabajar, nuestras empresas y nuestro modelo económico. El problema es que ahora también nos ha tocado el orgullo. Maldita sea.