opinión

La subasta

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Hemos inventado las adjudicaciones al revés, al grito de «¿Quién da menos?». La voraz tijera esgrimida por la presidenta de Castilla-La Mancha, a pesar de no tener éxito de público, tiene muchos animadores y existe una auténtica competencia entre los noveles ahorradores. Ya se sabe cómo es la furia del converso y cómo son de beatos los pecadores más asiduos cuando se convierten y ven la luz, aunque sea por una rendija. Las más manirrotas autonomías pugnan por suprimir gastos antes de que nos ordenen suprimirlas a ellas. De cumplirse los distintos programas, que son bastante iguales, las exangües arcas del Estado estarían a reventar. Quien no promete tres mil millones de presupuesto, como Cataluña, es porque ofrece dos mil, como Galicia, pero lo más espectacular es el ofrecimiento de eliminar altos cargos, en unos casos un tercio y en otros un 70% y la madre, o la sigla, que los parió.

Van a rodar muchas cabezas vacías y eso hace siempre un ruido desagradable. ¿Por qué hay tantos altos cargos? Más difícil de contestar sería la otra pregunta, que nos ha convertido a todos en presocráticos: ¿Por qué hay tanta gente pequeña que ha conseguido vivir de la imprescindible y noble tarea que llamamos política? La sobreabundancia de vocaciones solo la explica al comprobar que una gran mayoría jamás tuvo vocación para cualquier otra cosa. No los había llamado Dios para que recorrieran ningún camino, pero la verdad es que tampoco el que emprendieron. La voz divina es inaudible a veces, pero lo malo son las sicofonías.

Si se pone a tanta gente en la calle no vamos a poder dar un paso. Está llena. Tampoco se les puede garantizar a todos un puesto en el paro porque con cinco millones nos debemos dar por descontentos. ¿Dónde colocar a los altos cargos cesantes? Hay que tener en cuenta, aunque sean incontables con las nuevas incorporaciones, que también entran en el desempleo algunos 'managers'. Son los que ladran más cuando la caravana pasa.