EL TRANVÍA

TONI GUILLÉN

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Hacía tiempo que le daba vueltas a escribir un artículo sobre Toni Guillén. Posiblemente, la mayoría de los que lean estas líneas no sepan quién es, pero todos pueden estar seguros de que se trata de una de esas personas de las que Jerez puede y debe sentirse orgulloso. Quizá también en deuda. Como quien suscribe. Personalmente, me siento así con él desde hace tiempo. Porque me abrió los ojos, porque me enseñó otra realidad a la que siempre resulta incómodo mirar. Y, sobre todo, que hay personas, como él, que son capaces de entregar parte de su vida a los más necesitados, que en esta ciudad los hay, y, desgraciadamente, cada vez más.

Le conocí hace ya unos años. Fue en su trabajo, en el comedor social de El Salvador, lugar al que fui a hacer un reportaje sobre la labor que realiza esa institución jerezana. Me impactó sobremanera. Me presentó a varios usuarios habituales que iban allí a diario a comer, personas con historias muy diferentes pero tremendas todas. No pude evitar sorprenderme por la cercanía con la que Toni los trataba. Los llamaba por su nombre, conocía sus problemas, les preguntaba, les orientaba, les animaba... Era como si este técnico social se hubiese convertido en poco menos que su única esperanza para salir del pozo en el que se encontraban, o al menos una de sus pocas válvulas de escape.

Meses después volví a contactar con él para un segundo reportaje. Sabía que Toni Guillén suele salir de vez en cuando por la noche a visitar a los sin techo de la ciudad, por propia iniciativa, a título personal, y quería acompañarle en una de dichas salidas nocturnas para conocer esa cara B de Jerez. Y si impactante fue mi experiencia en El Salvador, más todavía lo fue ésta. Aún hoy tengo grabado a fuego en la memoria un buen puñado de imágenes y vivencias de esa noche. Como la de Pedro, un hombre de algo menos de 60 años de edad que vivía en un soportal de La Plata. Su rostro en primer plano fue portada de este periódico unos días después. Tenía el sufrimiento grabado en la cara. O la de una pareja, él expresidiario y ella en los huesos por culpa del SIDA, que había ocupado una vivienda abandonada en un edificio del centro en pésimo estado. Lo habían limpiado, arreglado y amueblado con cosas que les habían dado o que habían recogido de contenedores.

Toni Guillén salió esa noche, como el resto, con solamente tres paquetes de tabaco y un corazón abierto de par en par como equipaje. Y era más que suficiente. No necesitaba más. Iba a escucharles, a preguntarles por sus cosas; a darles, en definitiva, un poco de cariño. Nada material más allá de un cigarrillo. ¡Y cómo se lo agradecían! Me consta que Toni Guillén sigue haciéndolo. Y que sigue siendo igual con todas esas personas pese a que cada vez son más. Incluso ha viajado en varias ocasiones fuera de España también a ayudar en diferentes proyectos.

Gracias, Toni. De corazón.