Opinion

La burbuja de cuero

El fútbol ya no se detiene durante la semana; ahora es un espectáculo total, una sesión continua

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La temible Liga de Fútbol Profesional, en cuyas manos están los resortes que deciden sobre el deporte que enciende y apaga los sueños, se quiere cargar el partido en abierto de todas las semanas. Muchos que no pueden o no quieren pagar por ver fútbol en televisión solo se percatarán de su adicción cuando el partidito semanal se convierta en un lujo. La amenaza de huelga, las deudas multimillonarias, los disparatados presupuestos, el abismo en la tabla entre los que gastan a manos llenas y los que no pueden; todo configura una burbuja de cuero que puede estar cerca del pinchazo. En pocos años el mundo del fútbol ha sufrido una gran transformación. De repente el Barça y el Real Madrid han intercambiado los papeles representados durante tantas temporadas.

Ahora en el club de Chamartín se oyen pestes contra los arbitrajes, lamentos por el calendario, lástimas por la mala suerte o las lesiones. Aquel club a quien Bernabéu imprimió un cuño austero y señorial ahora gasta a manos llenas fichando 'paquetes' que trasnochan por las discos de Madrid o delicados atletas que viven en la enfermería. Y 'el de las nueve Copas' se pelea contra el segundo puesto de la tabla con el vestuario lleno de estrellas internacionales. De la mano de su irascible entrenador portugués se ha convertido en un club un poco gamberro -dicho sea con todos los respetos- que cuando no le salen las cosas busca cabezas de turco fuera de su estadio. Y el Barcelona, que durante décadas rezumaba impotencia atascado en el papel de Poulidor, es el que exhibe ahora un preparador filósofo -como diría Ibrahimovich- que de tan políticamente correcto provoca el empalago y la envidia de su cantera con joyas de muchos quilates que luego va puliendo como un artesano con mimo y tiempo.

Es cuestión de plata. Todos quieren ganar porque el negocio está en los títulos que multiplican el caché de los equipos y disparan sus derechos de televisión. El fútbol ha cambiado tanto desde que Santiago Bernabéu se fumaba sus habanos en el palco y regañaba con afecto a la plantilla... Ya no se detiene durante la semana para que los chicos preparen la jornada del domingo. Ahora es un espectáculo total, una sesión continua, con partidos los lunes, los miércoles, los jueves, los sábados y los domingos. Y ¡que entrañable el recuerdo de la moviola que iba a revolucionar el deporte rey! Ahora los partidos se desmenuzan en directo y en diferido. Las cámaras espían las conversaciones del entrenador con sus jugadores en pleno partido, las frases del árbitro, sus gestos más íntimos. El día después es más entretenido que los noventa minutos reglamentarios. Miradas, chicles, libretas, botellazos contra el suelo. Todo se graba. Todo sirve para alimentar el hambre de las audiencias. Pero tarde o temprano estallará, porque la vaca televisiva no da para más.