Opinion

Argelia espera el milagro

Buteflika debe escuchar el clamor social si no quiere cometer un error monumental

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Las manifestaciones organizadas ayer en las grandes ciudades de Argelia y, singularmente la de la capital, habían suscitado un interés probablemente excesivo sobre sus posibilidades reales de poner en apuros al régimen autoritario. Los observadores más avezados habían predicho que tal cosa no ocurriría y no solo por el impresionante dispositivo de seguridad desplegado por las autoridades, sino porque la oposición está fragmentada, sus factores son diversos, atienden a prioridades específicas y, para decirlo todo, apenas representa genuinamente a quienes más aspiran a la revuelta: los jóvenes urbanos en paro. Hay que añadir otro factor clave: el papel de los sindicatos, que fue clave en Túnez el mes pasado porque su encuadramiento oficial como parte del sistema Ben Alí no le impidió tomar el partido de la democracia y el cambio. Eso es poco menos que imposible en Argelia. En efecto, la naturaleza del régimen argelino - en realidad nacido de la épica de la guerra de independencia contra Francia, con otro nombre - es muy compleja y a día de hoy deudora, o rehén, de su combate feroz contra los islamistas a partir de 1992, cuando se les impidió por la fuerza ganar las legislativas. Hubo una horrible guerra civil a puerta cerrada que costó cerca de doscientos mil muertos. Esta tragedia posibilitó el crecimiento de un aparato de seguridad militar que no tiene parangón en el mundo. De hecho, en Argelia se habla de los servicios (secretos y largo brazo del poder) como del factor final que todo lo explica o lo justifica. Hay, además, medios materiales abundantes procedentes del petróleo y el gas y el Estado dispone de mucho dinero y de una red clientelar interminable en el gigantesco sector público de la economía. El presidente Buteflika, un septuagenario sin sucesor a la vista y reelegido sin tasa a falta de cosa mejor, es un táctico brillante e informado y debería evitar el error monumental que cometerá si no escucha el clamor social que, por difícil que parezca hoy por hoy, estallará indetenible un día. Un régimen blindado no impedirá siempre el triunfo de la libertad ni bloqueará indefinidamente el advenimiento de un gobierno elegido y representativo.