opinión

Pasarse de la raya

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Llevaba más razón que un santo, aunque esa extraña calificación no le correspondiera estrictamente, el gran Albert Camús, cuando decía que había aprendido ética en el deporte. Concretamente en el fútbol. Por temporales razones obvias no pudo estar en el jardín de Epicuro, pero estuvo en los rectangulares campos de Argelia. El deporte, además de un pasatiempo, es una manera apasionante de pasarlo. Nos dijeron que era el único idioma donde podían entenderse las distintas razas. Una especie de esperanto gobernado por la FIFA y una carrera hacia la limpieza. Quizá esa doble aspiración se haya desvirtuado por la acumulación de vicios. Ahora, además de un espectáculo de masas, se ha convertido en la conversación favorita de las masas encefálicas menos atareadas con otros problemas. En España estamos discutiendo dos cosas: si nos pasamos de la raya gastando el dinero que no teníamos o si el balón se pasó o no se pasó de la raya de la portería del Madrid. Dos problemas redondos. Uno pudo zanjarlo el árbitro, cuyo veredicto es simultáneo al acontecimiento, y al otro hay que echarle tiempo.

¿Quién arbitra la competición de las cajas de ahorro, si hay tantas que están vacías? La Justicia, tanto en el campo de la jurisprudencia como en los campos de fútbol, es de linaje divino.

Pagarán avaros por benefactores.

¿Se pasó o no se pasó el balón de la raya de la portería de Casillas? El público, al que nunca sabremos por qué le llaman 'respetable', resolvió esa duda metafísica tirándole una pedrada al guardameta del Madrid y el Gobierno, de respetabilidad cada vez más exigua, pretende resolver el problema financiero de las cajas estrangulándolas. ¿Hasta dónde se pasó de la raya el balón que sacó Albiol? ¿Y hasta dónde nos hemos pasado todos creyendo que éramos ricos? En todo caso, los árbitros de fútbol son más solventes que los que arbitran nuestra convivencia. Y ganan menos cuando se retiran.