vuelta de hoja

El largo adiós

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Hay que despedirse de algunas cosas que nos gustaban, aunque nos sentaran mal, como la esperanza, que Shakespeare calificó de «engañosa», y el tabaco, que la vicepresidenta segunda del Gobierno, Elena Salgado, califica de «perjudicial». La primera de estas medidas, que tiene el mérito indudable de haber llegado antes que las que vendrán pisándole los talones bancarios, arrastrará una existencia precaria, ya que es muy difícil figurar en la procesión de los días sin esperar nada. Quienes lo hacen siguen perteneciendo a la cofradía, aunque demoren el pago de sus cuotas. Los que hemos ido demorando el firmísimo propósito de dejar de fumar lo vamos a tener más fácil: ayer subió el precio del tabaco. Nada más disuasorio que el hecho de nos cueste más caro algo que nos guste para empezar a considerar que no debiera gustarnos.

Mi tío carnal electo, Manuel Machado, decía que el dinero sin gusto no es nada y el «gusto siempre es el gusto», pero el objetivo de cuadrar las cuentas pone en riesgo ambas cosas. La determinación de recaudar unos 1.000 millones de euros alterando nuevamente el valor del humo precederá a otras alzas de impuestos. Para calmar a los mercados, que están nerviosísimos, hay que comprar deuda griega y portuguesa, pero ¿cómo se calma a los estancos? Un cigarrillo a tiempo nos asciende la mano hasta ponerla al nivel de la esperanza.

No digo que ninguna de esas dos cosas sea buena, ya que ni fumar ni esperar contribuyen a nuestra salud. Lo que digo es que hay una verdadera coalición contra las formas de consuelo. ¿Qué nos van a dejar a quienes trabajamos todos los días? Y sobre todo, ¿qué les van a dejar a quienes no tienen trabajo? El cerco se estrecha y se acaba la tela que queda por cortar. Van a tener que regalar 'kleenex' para que enjuguemos las lágrimas. Quizá sea el único papel de nuestros gobernantes.