Opinion

Los difuntos

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Acabamos de depositar nuestro ramito de flores en la tumba de un ser querido. Y ahí estamos, intentando descifrar el enigma del inexorable tránsito hacia un más allá siempre misterioso. Desnuda la razón, ¿dónde encontrar un poco de luz y calor? ¿En la supervivencia de un amor que no se apaga, haciéndonos próxima la lejanía aparente de la persona amada? ¿Un amor reconvertido en energía y capaz de superar el abismo de la muerte? ¿De qué amor estamos hablando? ¿No será pura fantasía creer en un amor absoluto que nos lleva de la mano hasta algún tipo de inmortalidad? ¿El dar la vida por un hijo, de una madre por poner un ejemplo, no es vencer de alguna manera a la muerte? Hemos vivido un año más el día de los difuntos. Dejando de lado la mascarada festiva, para familiares y amigos es una fecha envuelta en amor y misterio. Nadie puede escapar de experiencias concretas de amor entre personas. Seguro que habéis sentido alguna vez, en este día, la energía que libera la cadena amorosa del dar-recibir-devolver. Lloramos la pérdida de quien nos dio, de un modo u otro, su amor. Tras haberlo recibido, no es tan importante el agradecimiento como el percibir la alegría sentida por quien vivió dándonoslo. Así, podremos reconvertirlo en amor nuestro y devolverlo a quien lo necesite, para poder sentir la inmensa dicha de dar. En este sentido sí que el amor humano, transformado en energía, se inmortaliza poniendo la felicidad al alcance de nuestra mano.