David Trueba | Escritor y cineasta

«Me cuesta desalojar a los personajes de mi cabeza; he pasado mucho con ellos»

El director de cine y autor de 'Saber perder', Premio Nacional de la Crítica, ha participado esta tarde en las Presencias Literarias de la UCA

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Ocho hermanos compartiéndolo todo: los juegos, el espacio, el presente, los discos. No era una familia pobre, pero era humilde. Puestos a convertir los inconvenientes en ventajas, la camada hacía piña escuchando la radio, por las tardes, mientras la madre planchaba toneladas de ropa. Puede que la nómina no alcanzara para mucho, pero siempre había un libro que llevarse a la cama. El pequeño de los Trueba heredó esa afición y la transformó en su universo.

Sus padres, dispuestos a 'retenerlo' en casa, no lo mandaron al colegio hasta los siete años. Aquello, más que un lastre, fue un mérito suplementario. Disfrutaba observando las peripecias vitales de los mayores, discretamente, sin hacer mucho ruido. Después las pasó por el tamiz de la literatura y se inventó 'Abierto toda la noche'. Las cosas, de vez en cuando, le salen al revés, pero otras veces descubre que ésa es la fórmula que tiene la vida de ponerlas al derecho. Por ejemplo: escribió una novela que se llama 'Saber perder' y acabó ganando el Premio Nacional de la Crítica.

Ha venido esta tarde a Cádiz a las Presencias Literarias de la UCA, a contar, entre otras cosas, porqué no quiere elegir entre el cine y los libros. «Son dos partes de mi personalidad, y no necesito prescindir de ninguna de ellas». Para enfrentarse a la creación, independientemente de la forma que tome (novela, guión, trabajo audiovisual) conserva siempre la misma actitud: «Intento obtener placer, busco una satisfacción personal, pero que no parte de un principio egoísta, o no absolutamente egoísta, porque en ese proceso de comunicación yo soy mi primer lector, mi referencia, aunque luego, como creo que debe ser, aspire a llegar al público».

No comulga con ese principio, tan extendido entre muchos de sus colegas, de que «uno siempre escribe para sí mismo». «Entonces me limitaría a imaginar las historias, no a contarlas». Por suerte, Florence Parry Heide sí decidió compartir las suyas en títulos como 'Tristán Encoge', y después Sam Peckinpah puso sus obsesiones en pie, y David Trueba, de adolescente, vio 'Pat Garrett & Billy the Kid', le tocó la fibra, y así, junto a otras muchas lecturas y películas fueron apuntalando su vocación.

De ese maremagnum de vivencias, reales o contagiadas de los trabajos de una lista infinita de autores, surgieron sus guiones; la voluntad para ponerse detrás de la cámara de 'La buena vida', 'Obra maestra', 'Soldados de Salamina'; y el talento para firmar 'Abierto toda la noche' 'Cuatro amigos' y 'Saber perder', «un relato de supervivientes» capaz de entretener («no perdono que me aburran, y por eso intento no aburrir») y conmover a partes iguales.

«Yo soy todos ellos»

Dice Trueba sobre su último título en las librerías que para él el éxito y el fracaso son accidentes laborales, que se dan sobre todo en las profesiones públicas y que «están sobredimensionados». Cuando se encerró para diseccionar las vidas del grupo de personajes, cercanos y perdidos, que protagonizan la novela, lo hizo con el propósito de hablar de sentimientos (miedo, abandono, soledad, incertidumbre, instinto), pero en un contexto social marcado por la precariedad laboral, la delincuencia, el sálvase quien pueda, la fragilidad de los lazos emocionales e incluso las interioridades del circo futbolístico, que Trueba trata desde su condición de converso. Después de haber estado tanto tiempo «conviviendo con ellos», al escritor le resulta imposible «desalojarlos por completo» de su cabeza. «No es que siga sus peripecias, ni las continúe por mi cuenta, porque el libro está cerrado, pero es verdad que se me cruzan de vez en cuando, que pienso en qué dirían, porque he pasado mucho con ellos».

«En el fondo, yo soy todos mis personajes. No de una forma completa, pero está claro que uno los construye basándose en la empatía. Y para eso es legítimo recurrir a tu propio interior. Me esfuerzo por entenderlos, que es mucho más difícil y más interesante que justificarlos. Me gustan que no sean perfectos, porque yo no lo soy, nadie lo es, y contando sus defectos, sus errores cotidianos, es cómo se humanizan».

Para Trueba, en este mundo «hay muchas cosas que están mal hechas, empezando por algo tan básico como la educación». No se refiere a la reglada, sino a la otra, a la personal, la que nos va convirtiendo en lo que somos. «Tiene poca lógica que nazcamos sin saber, sin conocer, y nos vayamos volviendo más sabios cuanto menos tiempo nos queda por delante. Y, precisamente cuando tenemos más claves para movernos por el mundo, es cuando morimos. Es algo injusto, por decirlo de alguna manera, aunque al cuestionarlo me esté colocando a la altura de Dios».

De un hombre aparentemente tan tímido, que mide las palabras y cuaja las respuestas de silencios, cabe esperar que sea de esa especie de creadores ensimismados que huye de las candilejas y los focos.

Sin embargo, Trueba admite que puede ser algo introvertido, «pero muy social», a su manera. «Cuando una editorial apuesta por publicar tu libro, o una productora por sacar adelante tu película, uno adquiere el compromiso moral de implicarse en que 'el producto' funcione. Eso sí, lo que no estoy dispuesto es a hacer cualquier cosa para venderlo. Si me invitan a una charla o a un programa en el que se habla de una forma tranquila (que no es lo mismo que aburrida), voy; pero si de lo que se trata es de participar en un 'show' en el que me sentiría incómodo, comiendo croquetas y rodeados de famosos con los que no tengo nada en común, no voy». Y añade: «Cuidado, respeto a la gente que lo hace, pero yo no podría».