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Nadie puede decir que sean inadecuadas las estrategias de Sarkozy: primero, para soslayar las dificultades que ofrece la integración de la población gitana, decidió expulsarlos a todos, y ahora va a hacer lo mismo con los mendigos. Sólo en algunos casos coincidían los pertenecientes a la etnia, que se llamó «egistana», porque se creyó que procedía de Egipto. Vaya usted a saber. Hay etimologías que no se las salta un filólogo. Más claro está lo de los pobres, ya que la miseria constituye una nacionalidad. Las críticadas medidas del Elíseo no han intimidado al ministro de Inmigración francés que está convencido de que para solucionar los problemas lo mejor es no tenerlos delante. Ojos que no ven corazón que no siente, sobre todo cuando no se tiene corazón. Total, que a los gitanos, acusados de nomadismo, se les obliga a ser nómadas. Otra coartada ha sido necesaria para echar a los pobres. Se les acusa de incurrir en «mendicidad agresiva» y sólo afectará a los extranjeros, ya que se supone que los nativos tienen mejores modales.

En todas las naciones se ha extinguido la estirpe de los pobres ceremoniosos, de exquisitas formas, que agradecían las limosnas de los transeúntes con una larga parrafada y prometían interceder ante la divinidad para que se le concediera una vida amplia a todo el que le daba una moneda. Se acabó. Ahora los desharrapados se cagan en el padre del viandante que no atienda su solicitud. Da igual que se trate de un pobre genuflexo, manuscrito o sinceramente inválido. Son insolentes y conminativos. No imploran, sino exigen. Se conoce que están hasta los mismísimos de vivir de la caridad pública. No ignoran que no sólo la caridad ha muerto, sino el público. En Francia han encontrado la solución para que puedan ganarse la vida: que vivan más lejos.