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Las cosas serias

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Les confieso que me resulta difícil dominar la incómoda inquietud que me invade cada vez que pienso en el vendaval dialéctico que, durante este curso electoral, nos van a provocar las agrias declaraciones de los políticos y los frívolos comentarios de los periodistas. Me asusto cada vez que me imagino ese ruido irritante que, durante largos meses, vamos a tener que soportar en los medios de comunicación. Esa mezcla -explosiva e inútil- de promesas exageradas, de descalificaciones agresivas y de bromas de mal gusto, logra que, además de amargarnos la vida, nos alejemos de la política y de los medios de comunicación. Examinen, por favor, los elocuentes resultados de las encuestas.

Ignoro si las raíces de esta práctica generalizada se ahondan en nuestros estratos genéticos, si su origen está en nuestra secular historia de guerras o si su explicación reside en una interpretación simplista de la actividad política, pero el hecho constatable es que los «unos» y los «otros» conciben y realizan las relaciones dialécticas como una lucha permanente cuyo objetivo consiste, no sólo en contradecir las propuestas de los adversarios, sino también en desacreditar y, si es posible, aniquilarlos mediante la maledicencia o el sarcasmo. Muchos están convencidos de que hacer política significa negar, atacar, derribar y destruir al que milita en un partido diferente e, incluso, al compañero que piensa de una manera distinta.

Otros creen, por el contrario, que el arma más eficaz es el del cachondeo frívolo. No advierten que, por muy alegres que seamos y por mucho sentido del humor que poseamos, la vida política y sus diferentes actividades son cosas tan serias que no podemos tomarlas a broma. Ya sé que, a veces, confundimos la seriedad con la tristeza o con el aburrimiento, pero, en realidad, es una actitud que tiene que ver con la lucidez y con la responsabilidad. Lo contrario de la seriedad no es el buen humor sino la inconsciencia y la irresponsabilidad. Esta elemental reflexión me la está produciendo, por un lado, el permanente tono ligero que adoptan algunos de los tertulianos de radio y los recursos cómicos que emplean esos columnistas cuyo único objetivo es hacer reír a los lectores. Ya sé que la ironía es un arma dialéctica dotada de notable fuerza crítica, pero no olvidemos que algunos asuntos son tan vitales y tan delicados que nos imponen la obligación de que los tratemos con seriedad, con rigor y con respeto.