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LA COALICIÓN

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La única conjura que se ha tramado con una cierta coherencia en contra de los españoles es la que se propone que no podamos ser felices. Está obteniendo una serie de éxitos sucesivos que conducirán al fracaso, pero mientras nos explican la conveniencia de abandonar nuestros hábitos más perjudiciales; no hay que beber, no hay que fumar, no hay que tener esperanza en que la crisis pueda ser remontada en unos cuantos años. El programa de festejos es lúgubre. Si a usted le gusta o le consuela, o le divierte tomarse una copita, debe abstenerse, porque es malo para el hígado. Si le complace hospedar en sus pulmones un poco de humo, teniendo en cuenta que todo a la larga se resuelve «en humo, en polvo, en viento, en sombra, en nada», debe considerarse cercado. Dentro de muy poco tiempo se prohibirá fumar cerca de los parques infantiles, de los colegios y de los hospitales. (Hay que deplorar la medida, sobre todo por los médicos, más que por los padres). ¿Por qué se nos impide ese sorbo de paraíso que consiste en hacer lo que nos dé la gana? ¿No sería mejor, para contribuir a la hipotética y por supuesto imposible felicidad colectiva, luchar contra el sentimiento de pecado, contra el miedo al que dirán, contra la fatiga y contra la envidia El esfuerzo y la aceptación -lo aprendí de Bertrand Russell- no suelen defraudar a nadie, pero nuestros políticos se han convertido en moralistas terapéuticos y se están poniendo muy pesados, no sólo en sus discursos.

Está claro que fumar es malo. La prueba es que todos los que eran unos empedernidos fumadores a principios del siglo pasado han muerto. La pregunta es si no será peor, al margen de las estadísticas del cáncer de pulmón, ponernos más difícil las técnicas de consuelo. Vivir perjudica gravemente la salud, pero más perjudicial puede ser freírnos a consejos. Incluso los dirigentes más cerrados de mollera no se deciden a cerrar los estancos.