TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

A MADRE CORAJE LE LLAMABAN LA CHIVATA

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Ella era madre coraje pero los malos la llamaban La Chivata. Micaela Pérez fue una mujer humilde en un barrio difícil y en un momento terrible. A mediados de los años 80, los jóvenes gaditanos seguían cayendo a manojitos bajo el garrote vil de las hipodérmicas sobre las que galopaban dosis de heroína adulterada con matarratas o demasiado pura para corazones acostumbrados a menor intensidad en los opiáceos que corrían por la provincia.

En La Línea de la Concepción, por aquel entonces una ciudad desesperada con índices demasiado altos de paro y de drogodependencias, la situación se hacía insoportable en barrios como El Junquillo o La Atunara. El mono y la falta de horizonte habían mordido a José Domínguez Pérez y su madre no iba a quedarse de brazos cruzados aunque a la larga no pudiera evitar su muerte: primero, a través de una simple llamada telefónica a una emisora de radio dio la voz de alarma sobre lo que estaba ocurriendo y, luego, a campo abierto, iría denunciando los puntos de venta de droga que habían instaurado una larga dictadura de silencio y de miedo en torno a su casa, uno de esos bloques de pisos similares a tantos otros con los que la tecnocracia del franquismo quiso conjurar el chabolismo.

A mediados de esta semana, ella murió en la ciudad por la que había luchado tanto; aunque ya hiciera tiempo que había perdido el don del recuerdo, su veterana memoria del heroísmo y del dolor: «Yo si, la conocí y por supuesto a su hijo, compartimos años de colegio. Luego, entramos en ese mundo que también compartimos, pero era un chico muy especial. Hoy, desde mi recuperación, no puedo olvidar aquellos años tan difíciles y alegres; alegres, pues compartimos momentos muy buenos, que Dios os bendiga».

A finales de 1988, fundó un movimiento antidroga conocido, a partir de un artículo del periodista Luis Romero, como las Madres de los Pañuelos Verdes. De ahí surgiría la coordinadora antidroga Despierta que sumaría esfuerzos con otras organizaciones que irían extendiéndose a todo el territorio gaditano y andaluz. Entre ellas, la coordinadora Abril que en 1989 organizaría a los vecinos de Taraguilla, la Estación de San Roque y Miraflores y cuyo rostro visible fue un joven párroco llamado José Chamizo de la Rubia, hoy Defensor del Pueblo de Andalucía. También, la Coordinadora Barrio Vivo de Algeciras, liderada en su momento por Miguel Alberto Díaz y que contó con el respaldo entusiasta del abogado Rafael Pérez de Vargas, fallecido hace doce años en un accidente de tráfico, que logró poner sobre las cuerdas no sólo a los camellos de medio pelo sino a diversos capos del narcotráfico o cómplices necesarios como agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

Buena parte de aquellas entidades cívicas siguen en activo, desde 'Alternativa', que bajo la presidencia de Francisco Mena reúne a las del Campo de Gibraltar y Barbate, o las que alcanzan a la Bahía de Cádiz, en torno a Rota y Jerez principalmente. En 2002, diferentes posturas en torno a la posible legalización del consumo de cannabis, lo que todavía no se ha producido, provocaría una brecha en el movimiento antidroga a escala andaluza.

José Chamizo, Defensor del Pueblo de Andalucía, acaba de recordar como la capacidad de liderazgo de Micaela Pérez, la llevó hasta el Tribunal de Estrasburgo, donde llegó a intervenir en demanda de acciones coordinadas contra el crimen organizado a escala europea. Pero también llegó a protagonizar obras de teatro pedagógicas para concienciar a otras madres sobre la necesidad de tomar partido por sus hijos si estos decidían dimitir de sí mismos y abrazar a los estupefacientes.

«Era una mujer muy valiente, pues iba a las puertas de los narcotraficantes y los señalaba con el dedo diciendo aquí se vende droga. Nos ha marcado el camino a todos los movimientos asociativos antidroga de la comarca y España», reconoce Francisco Mena, quien sigue denunciando la actuación de la mafia en el litoral gaditano, aunque el Sistema Integrado de Vigilancia Exterior (SIVE) haya blindado las antiguas playas donde se alijaba el hachís que servía de intercambio con las redes que comerciaban con heroína, cocaína o drogas químicas. En la actualidad, sólo el río Guadalquivir, a donde no llegan dichos sensores electrónicos, aparece como un posible coladero de droga, aunque en algunos casos como el del puerto de Barbate hubiera que buscar ingeniosos refuerzos como un puente de balsas flotantes que impide la entrada de grandes embarcaciones que pudieran transportar cantidades ingentes de este tipo de mercancía.

Sin embargo, lo más importante del movimiento que fundó Micaela Pérez, aquella madre coraje a la que los narcos intentaron demonizar inútilmente llamándole la chivata, fue que no se quedó en una simple pesquisa policial y judicial. A partir de aquellas pequeñas organizaciones locales, se logró tejer una trama de complicidades que incluyó la apertura de centros de rehabilitación y reinserción de toxicómanos, con programas específicos para menores, para mujeres marginadas y otros colectivos minorizados. Que ella tenga ahora la paz que, con ella, nunca tuvieron los mafiosos.