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Hiroshima este verano

Los militares y políticos decidieron lanzar la bomba atómica y siguieron viviendo como si no lo hubieran hecho

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El piloto de Hiroshima' es un libro de los que enganchan. Tiene sus muertos y sus asesinos, su trama conspirativa y su suspense, pero los criterios al uso no lo catalogarían como lectura de verano: un seis de agosto se puede lanzar la bomba atómica, pero no leer sobre ello. Narra la historia del comandante Claude Eatherly, que participó de una forma relativamente inocente pero directa en la masacre de Hiroshima: su misión consistió en sobrevolar la ciudad y dar la señal de 'go ahead' (adelante) a los chicos de la fortaleza volante estadounidense B-29 'Enola Gay'. Después sobrevino el Apocalipsis a un millón de grados.

La conmoción hace enmudecer a Eatherly durante días. A su regreso a Estados Unidos se siente atormentado por su responsabilidad en una acción que solo en el primer momento causó 70.000 muertos y otros tantos heridos. Mientras la culpa martillea su conciencia, la sociedad lo eleva al podio de los héroes. Desesperado, empieza a cometer pequeños delitos -atracos a gasolineras u oficinas de correos, entrega de cheques sin fondos- con la esperanza de hacer comprender a los demás lo que él ve con claridad: es un criminal. Quiere ser declarado culpable, pero la sociedad lo considera un enfermo.

Uno de los pocos que entiende el sufrimiento de Eatherly es el filósofo y ex marido de Hannah Arendt, Günther Anders, preocupado por los problemas de conciencia derivados del hecho de que, en la era técnica, las consecuencias de las acciones humanas desborden aquello que nuestra imaginación moral es capaz de concebir: «El que usted no haya podido superar lo sucedido es consolador, porque demuestra que usted sigue intentando hacer frente al efecto, antes inimaginable, de su acción», le escribe en una carta; «usted es también una víctima de Hiroshima, usted es inocentemente culpable».

'El piloto de Hiroshima' recoge la correspondencia que ambos mantuvieron mientras Claude Eatherly permanecía encerrado en las instalaciones del Hospital Militar de Waco. Acabó en el pabellón de los locos, gracias al empeño que su propio hermano y el estamento militar pusieron en considerarlo un trastornado e impedir su puesta en libertad.

El libro evidencia que los realmente insanos fueron los militares y políticos que tomaron la decisión de lanzar la bomba atómica y siguieron viviendo como si no lo hubieran hecho. Se cuenta que, mientras huían del hongo a toda velocidad, el copiloto del bombardero 'Enola Gay' dijo: «Dios mío, ¿qué hemos hecho?». Después la pregunta desapareció. Y si alguien piensa que el seis de agosto es una fecha demasiado plácida para plantearse estas cuestiones, mañana se cumplen otros 65 años del bombardeo de Nagasaki. Feliz verano.