MAR ADENTRO

Gaza en el Campo del Sur

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Ayer tarde, el Campo del Sur tenía un nosequé de Gaza, una memoria remota que llegaba desde la otra orilla del mundo, allí donde el Mediterráneo pierde su nombre y la paz no lo tuvo nunca. A eso de las ocho, en San Juan de Dios, Cádiz volvía a ser rabiosamente Palestina y hasta las palomas llevaban kefia bajo el tórrido calor del estupor y el luto. Quizá ni el pañuelo ni el gentío fueran suficientes para cubrir ese otro nuevo bochorno mundial en Oriente Próximo: si el mundo no movió un dedo cuando hace un año y pico, la artillería israelí acabó con cuatrocientos niños al otro lado del ghetto, ¿cómo esperar que, ahora y ante el asesinato cuerpo a cuerpo de un puñado de pacifistas, los don tancredos de la Casa Blanca, de Naciones Unidas o de la vieja Europa se conmuevan tanto que por fin muevan un dedo para detener la barbarie, a esos despiadados ángeles exterminadores que siguen convirtiendo Tierra Santa en Tierra de Sangre?

Pero era hermosa ayer tarde la plaza con esa bandera blanquiverde y negra que parece la de Extremadura con una franja roja de la dinastía Hachemí que cuelga de uno de sus lados, a la manera de esas raras pestañas digitales de los pe-de-efes. El puerto era un poema de Adonis y las lágrimas caían por las canas de algunos de los manifestantes: el blanco, a fin de cuentas, es el color del luto en aquellos territorios tan próximamente remotos, víctimas de un largo bloqueo y de una eterna masacre.

Aunque todavía, a esas horas, no se sabía a ciencia cierta cuántos muertos hubo a bordo de la Flotilla de la Libertad cuando Israel decidió invadir Turquía en forma de barco, lo que sí estaba claro es que el mundo tenía los ojos tristes. Y un escalofrío de angustia bajaba por la Cisjordania de la calle Pelota, por Sopranis, por Plocia y la calle Nueva como un poniente de ira que reclamara justicia y aventara el silencio.

Cádiz, que soñó la libertad, se preguntaba, mientras se iban disolviendo los manifestantes, para qué nos sirve ahora La Pepa si ni siquiera podemos sacudirnos con ella, a este lado del tiempo, la tiranía de los mercados; ni exigir juego limpio en esa otra orilla del mundo, en donde ya ni siquiera la muerte a mansalva es capaz de escribir la palabra condena y la palabra Israel en el mismo renglón de los discursos oficiales. ¿Alguien imagina qué hubiera sucedido si fuera Cuba, por ejemplo, quien se hubiera atrevido a asaltar una flota no violenta en aguas internacionales? La respuesta era hipocresía. Pero esa pregunta llegaba anoche desde el malecón y el morro hasta ese nosequé de Gaza que tenía el crepúsculo sobre el Campo del Sur.