El pasacalles colombiano inundó de sus risas las vías del centro de la ciudad. Hoy estarán en el Teatro Falla. :: FRANCIS JIMÉNEZ
Sociedad

Otro Carnaval, misma alegría

Barranquilla trae a Cádiz su Obra Maestra y provoca lo mismo que pasa con febrero, una ciudad volcada en la calle

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Cuesta poco la alegría, menos las sonrisas. Pero con la que está cayendo tienen aún más mérito. Dignas de agradecer. El color también proporciona alegría, igual que los mazazos sobre un tambor, los gritos de guerra, en paz, el movimiento en cadena, la mueca que contagia, las gracias de un bufón, los coloretes de un payaso, el brillo de las telas, las camisas floreadas y los sombreros de Panamá, el camino que se ensacha, la charla posterior.

Todo esto, quizá estamos quedándonos cortos, infundió un pasacalles venido de la hermana Colombia, con el nombre de la expresión cultural más reconocida de aquí, el Carnaval. El apellido, la ciudad que otra colombiana universal hizo famosa en una canción, Barranquilla. Unidos, la murga y la ciudad dan como resultado una Obra Maestra reconocida por la Unesco. No hay miedo en decirlo porque en Cádiz no se entiende de celos y al igual que un febrero loco, el pueblo se vació en las calles en una tarde animada de mayo.

En casi idénticos escenarios: Ancha, Palillero, esquina Correos, Compañía, Catedral... Infinitamente más corto, casi efímero, mismos resultados: la alegría. Felicidad momentánea porque es imposible no corresponder enseñando dientes a quien te los muestra de corazón, a quien te invita a contonear tus cinturas al son de las suyas, a quien no desfallece a pesar del esfuerzo físico.

Cultura aborigen

No lo hicieron nunca los colombianos, cuando la supuesta Civilización quiso arrebatarle sus mitos, creencias y expresiones para imponerles otras. Ese reducto impertérrito, fruto de las culturas aborigen y africana, se conocen hoy con formas aparentemente tan poco carnavaleras (al menos para el que alcanza a entender de pasodobles, tangos y cuplés) como sones del Mapalé, Cumbia, el Congo, el Garabato o el Son de Negros.

Poco importa reconocer la pieza, la alegría tiene lenguaje universal. «¡Qué simpáticos!» se escuchaba una y otra vez sobre la actividad enmarcada en el Festival Iberoamericano de Música Manuel de Falla, que viene a sustituir al en un principio programado Ballet de Camagüey.

Y poco más, el derroche de energía no puede provocar otra respuesta. Eran una veintena, ataviados con su uniforme, que no disfraz, segmentados por atuendo, percusión y baile. Sin embargo, el corto número arrastró desde San Antonio a toda una parroquia en procesión. Los activistas que celebran en el Palillero la Semana por la Lucha Social apagaron sus altavoces para escuchar la flauta de caña de los colombianos. Las tiendas se vaciaron al rugir del timbal y los viandantes contestaron a los gritos de los bailarines. Espectáculo en Catedral y vuelta a empezar. Fiesta efímera, enorme felicidad. Hoy más, como en febrero, hay otra cita en el Falla. ¿Se caerá el escenario?