TOROS | FERIA DE ABRIL

Y el toreo robó la lentitud a los dioses

Manzanares abre la Puerta del Príncipe con dos faenas antológicas

SEVILLA Actualizado: Guardar
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La historia del arte se escribe a base de días propicios para robar cualidades a los dioses. Entraron ayer en la Maestranza tres grandes toreros, uno, Juan José Padilla, llegaba al templo con el honor de las cicatrices y la plaza lo recibió con una voz, agradecida de que queden hacedores de épica y alegría. Recibió Padilla a su primero y el torero mostró desde los primeros lances cómo se ha reinventado así mismo, cómo maneja en el ruedo la sabiduría y el aplomo que da el redescubrimiento de la vida, es decir, del toreo. Citó al toro desde los medios, en un emocionante tercio de banderillas que Padilla ejecutó andando tranquilo, dejando un cierto aire de leyenda de western a su paso. No tuvo hoy suerte con el toro este torero. Parado fue su primero, con el que sólo pudo dejar constancia de sus ansias de temple, y parado fue también su segundo. Ahora bien, fue en este último cuando este indomable hombre dejó un gesto de esos que definen el toreo como actitud ante la vida. Falló en unas banderillas que toda la plaza quería que colocara, para curtirle el pecho de aplausos y tocaban ya los clarines anunciando el tercio, cuando Padilla agarró un cuarto par y, arrancando desde las tablas, por derecho, con una sobredosis de fe, colocó un par al violín que levantó a toda la plaza de sus asientos. Un par que vale una tarde.

Pero la tarde ayer no podía ser de este héroe, la tarde de ayer estaba reservada para quien se llama José María Manzanares. Que las gotas de la inspiración habían tocado sus oros, lo pudimos ver en sus primeros lances a la verónica que, en una suerte de inspiración, se trasformaron en bajísimas y ceñidas chicuelinas que, a su vez, luego se transfiguraron en una alegre revolera. El torero había encendido el fuego pagano de lo mágico. Manzanares hoy fue más que nunca una imagen clásica, una escultura griega novia del don del movimiento. Abrió su obra de arte al primero con unos naturales que fueron un portento de colocación. Luego con la mano derecha empezó el artista a hechizar al toro, la muleta siempre delante de la cara, un compás de arquitectura y su brazo marcando imposibles caminos de lentitud al toro. Luego el trincherazo, luego el de pecho interminable y al final ese cambio de mano que ya nos pone el nudo en la garganta. Vuelve la muleta a la mano izquierda y el toque perfecto que era ya lenguaje del toro, que lo entendía e iba a esa distancia justa que es el milagro del temple. Tres muletazos más con la derecha en redondo y entonces un pase de pecho largo como un siglo, que fundió a toro y torero en un momento estelar de la Historia de este arte de lidiar reses bravas. Lo mató recibiéndolo como le pide el corazón a este artista y la obra se cerró con todos los triunfos.

La gran gesta

Nada había acabado aquí, quedaba aún la gran gesta. La segunda faena de Manzanares se abrió como una ópera perfecta ejecutada sobre el saber, clásico también, de su cuadrilla. La brega de este cuarto toro fue de una armonía tan sublime que es difícil e injusto loarla solo en unas líneas. Lidió el toro ese mariscal de plata que es Curro Javier. Cada muletazo de este torero tuvo la suavidad y el conocimiento propio de la poesía. Y entre ellos, Blázquez y Trujillo pusieron tres pares de banderillas que fueron el abc de la honestidad y la belleza. Se llevó Curro Javier el toro a chiqueros arrastrando el capote a una mano, y no parecía ni que estaba corriendo. No exagero si digo que en aquel momento la plaza lo hubiese sacado a hombros por la Puerta del Príncipe. Pero ayer había que atender al muchacho griego. Supo Manzanares que aquél era un toro difícil desde los tres limpísimos primeros naturales. Entonces fue cuando el torero decidió desafiar al tiempo y empezó a andar y a moverse delante de la cara del toro, con toda la lentitud que cabe imaginar en el movimiento humano. Y así de lento, le puso la muleta al toro por el pitón derecho, para arrastrarlo con toda la profundidad que da el aire, en una serie de muletazos en redondo. Y luego, una tanda de naturales y otra, y allí ya el toro era parte integrante de la bella lentitud, fluyendo en la obra de un torero griego que había roto las normas del tiempo. No sé si alguna vez el toreo ha sido tan lento. Sabía Manzanares que nada podía romper la conjura de la belleza y tentó una vez más lo imposible, recibiendo al toro con una espada que vale otra página gloriosa en la arena maestrante.

Y qué bien toreó Talavante ayer por la tarde. Y qué gesto de torero de bien ha tenido escudando con todo su talento a quién estaba ayer tocado por el prodigio. Fueron bellísimos sus delantales en el quite al triunfador. Y su toreo en los medios a su primero dejó constancia del manantial que es su muñeca toreando al natural. Las bernardinas finales, ajustadísimas, son testimonio fiel de su valor de figura. Pero mucho más valor demostró cuando sabiendo que era de aquel otro compañero la gloria, dio al toreo lo que es del toreo, y con una faena de auténtico valor a su segundo, pudo sentir las palmas de un público ya borracho de emociones. Mucho se podría hablar de él, pero ayer fue la tarde de ese torero griego que se atrevió a robar la lentitud a los dioses. Suya es con honor la Puerta del Príncipe.