Relatos de verano

La hoguera de las vísperas

SAN SEBASTIÁN Actualizado: Guardar
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Antes de que su mujer encendiera el vibrador que la iba a matar, en la casa estaban funcionando el ordenador portátil de Nagore, la televisión de la abuela, dos fuegos de la vitroceramica –verduras y pasta negra–, además de la máquina de afeitar de Piero.

En la luna nos conocíamos casi todos, algunas tardes llegaba el que había inventado la quinta rueda y aquella velada representaba un aliento feroz para nuestras ignorantes gramáticas, aunque allí se quedara la cosa. Una tarde de junio, del junio verdadero, del junio verano, Margot puso a secar sus bragas cerca de las ascuas de la hoguera de San Joan, y los amigos de sus hijos dejaron de cantar el rap que estaban componiendo. En la luna algunas tardes llegaba Margot inventando la comunicación y todos pensábamos que nos habíamos equivocado de día. En la luna escribíamos graffitis indoloros donde aparecían Perú y Cris y también Nadia, todos en la cárcel o en una clínica de desintoxicación. En la luna, sobre todo, leíamos los libros que había robado el padre Arin, un exlegionario que se había tatuado en el pecho los últimos versos de las Cantigas. Entre el humo de las nubes, se abrió un frigorífico con pudings de verduras, rissottos de hongos o vieiras gratinadas, y tod@s comimos. Después de escuchar el Evangelio del Cantábrico, era la hora de masticar, incluso la hora de paladear el Ballantines, dicen que era la hora de los valientes. Yo estimulé mi nariz con el mismo polvo que esnifaron A y B, pero en aquel baño femenino se vivieron más historias.

De la casa de Piero hay que decir que se encuentra a dos pies de la hoguera. Luce unas jardineras de lote floral, el que ofertaban en aquel hipermercado del barrio en el mes de marzo. Se escuchan unos versos de César Vallejo, «de todo esto yo soy el único que parte», y luego hay un silencio difícil de explicar.

Yo sigo en la luna, enredado y masticando muslos de pato con salsa de futuro. El frigorífico sigue abierto y los doce barcos que están txipironeando nos lanzan sus faros para encender los cigarrillos. Algun@s pasamos mucha envidia de esa noche en vela sobre el mar, pero nos conformamos con la declamación en verso que nos oferta B. Toda hinchada de sexo y cocaína, ha dejado su bicicleta cerca del juzgado. En el recorrido infiel de la noche, el padre Arin apenas le habla, mientras ella ofrece monosílabos hurtados de películas porno. Solamente un paparazzi se hace eco del paseo.

A también ha quedado satisfecha, me conduce al lugar donde se aprovecha lo mejor de la madrugada, la arena de la playa. Me siento y miro la luna, pero no la reconozco, no es nuestra luna de palabras.

La Hoguera parece una barbacoa, y la mujer de Piero se ha excedido con el vibrador, mañana la incineramos y la escupimos al mar con algunas palabras de Arin. En el libro que estaba leyendo, ‘Piero por Pier Paolo’, hay dos chicos que hacen footing todas las mañanas por los vértices de la ciudad. Al final, qué frívolo es contar un final, Pier Paolo sufre una bajada de tensión irrecuperable, y también acaba con sus cenizas en el mar.