Miles de vecinos se unieron en la manifestación.
Miles de vecinos se unieron en la manifestación. - EFE
REPORTAJE

Traspasar La Línea

El fallecimiento de un policía local y los últimos incidentes con narcos revelan a la ciudadanía linense que por fin ha roto su silencio

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Corrían los años 90 cuando el ‘caballo’ galopaba fuerte por el Campo de Gibraltar. Llegaba desde el norte de África en grandes dosis para abastecer a toda Europa y de manera letal se iba comiendo las venas de las decenas de jóvenes que, desorientados, se cruzaban en su camino. Pero para detenerlo. Para que no siguiera dejando vidas por las esquinas de cualquier chutadero, unas mujeres salieron sin miedo y gritaron que no podían seguir perdiendo a sus hijos en esta cruel batalla. Que alguien les tenía que ayudar. Y así, con la rabia y el dolor como escudos, no dudaron en plantarse delante de los narcos y señalar cómo y dónde se vendía. Las Madres de los Pañuelos Verdes se llamaron y fueron pioneras en eso de poner al menos incómodos a los que viven a costa de la vida de los demás.

Este jueves, más de cinco mil personas recuperaban en parte la voz de aquellas madres. Ese espíritu del 'no' a la rendición volvía a estar presente en la calle. Fuera. Años después y en otras circunstancias muy distintas pero bajo un mismo mensaje: «¡basta ya!».

El fatídico y desgarrador fallecimiento del policía local Víctor Sánchez en el Bulevar linense cuando perseguía a unos contrabandistas parece que ha reanimado por fin el rechazo colectivo y ha vuelto a unir a gran parte de la ciudadanía en la repulsa hacia los que se enriquecen de millones a costa del daño ajeno.

EFE
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«Con la muerte de Víctor la gente se ha dado cuenta en La Línea que la vida empieza a tener poco valor. Un día descubres que fruto de todo lo que está pasando, un hombre de 46 años y padre de dos niños está en el cementerio y que mañana puede pasar en tu casa... A ti o a los tuyos», avisa Francisco Mena, presidente de Alternativas, la federación que aglutina a las doce coordinadoras antidroga del Campo de Gibraltar. «Hay que echarse a la calle. Lo que está pasando es que han empezado a no sentirse seguros de verdad y en parte saben que también eso ha ocurrido porque llevan muchos años callando; pero ahora piensan: ¿Y si le toca a mi hijo?... Mi silencio no va a ser cómplice».

«Con la muerte de Víctor la gente se ha dado cuenta en La Línea que la vida ha dejado de tener valor»

«¡No podemos permitirlo más!», gritaba una mujer de forma espontánea al micrófono en la manifestación del jueves. En la plaza de la Iglesia se reunían miles de voluntades con un mismo objetivo. «No recuerdo algo así. Llevo 30 años aquí y he visto morir a mucha gente por la heroína y la cocaína en los 90 pero jamás había vivido algo igual». El silencio se ha roto. O al menos parece que ha comenzado a romperse entre los vecinos que son testigos desde hace mucho de lo que ocurre en sus calles, en sus barriadas. Los últimos altercados entre narcos y policías han traspasado la línea de aquellos que no transigen con la connivencia.

«El problema también es que el tráfico de hachís se ha normalizado. Y esto no viene solo por la gente del Campo de Gibraltar, sino por toda la sociedad en su conjunto que ha disminuido la percepción del riesgo de esta droga. Parece ser que el que lleva hachís ya no tiene importancia porque... cómo ya lo fuma todo el mundo… cómo dicen que hace menos daño que el alcohol... Eso no se puede consentir», lamenta Mena.

La condescendencia y el blanqueo

Pero además hay otro enemigo muy peligrosos:la condescendencia de quienes se benefician o se quieren beneficiar de ello. Forman parte de lo que ya se ha denominado 'narcoeconomía' o 'narcobienestar', un sector económico construido a golpe de blanquear dinero procedente del tráfico ilegal.

La Fiscalía Antidroga viene advirtiendo de ello en sus últimas memorias anuales. El Ministerio Público que persigue estos delitos habla sobre la necesidad de dotar de más medios a las fuerzas de seguridad del Estado y a los juzgados para poder afrontar estas complicadas investigaciones que se enmarañan con testaferros, cuentas ocultas y demás argucias fuera de la ley. «Un narco puede pasar tres o cuatro años en la cárcel pero fuera sabe que le sigue esperando su imperio. Les sale a cuenta arriesgarse», comenta un abogado especialista en estos temas.

Un narco puede pasar tres o cuatro años en la cárcel pero fuera sabe que le sigue esperando su imperio. Les sale a cuenta arriesgarse»

Y este 'narcosistema', convertido en un eterno círculo vicioso, también toma fuerza cuando hay un fracaso social y laboral en municipios donde el paro parece que da excusas para justificarlo todo. Para Mena, además de la lucha policial que también es urgente y necesaria, sería «fundamental» adoptar en las zonas más castigadas por esta lacra paquetes de medidas que vayan más allá de las incautaciones y las detenciones.

«Cuando tú acostumbras a un tío que no tiene trabajo a ganar 3.000 euros por un rato, ¡dile mañana que se vaya de camarero a ganar 900 euros por 40 horas semanales!». La tentación es suculenta y las redes que buscan gente dispuesta a jugársela muy peligrosas. «Aquí hay que hacer un plan de choque con medidas sociales y de empleo. Y eso tiene que venir con una inversión adecuada. La ciudad de La Línea lleva abandonada a su suerte desde hace 30 años», se queja.

Y luego están los profesionales. Las bandas que no tienen reparos a la hora de llevarse por delante a quien intente impedir que el fardo llegue intacto a la 'guardería'. Los últimos altercados con los diferentes cuerpos policiales dan muestras suficientes de hasta dónde son capaces de llegar.

Esto no es nuevo por mucho que salga ahora más en televisión. Lo saben los agentes que llevan muchos años en la lucha. Lo que sí parece que ha cambiado es que ahora se está actuando con una mayor impunidad. Más descaro. Incluso, una mayor crueldad. «Se ha perdido el principio de autoridad y la vergüenza».

De ahí que los policías estén soportando, como denuncian desde hace ya meses, las pedradas, las embestidas a sus patrullas de coches lanzaderas, las amenazas y los insultos de los vecinos que sí están en ese lado, el acoso suicida de las 'gomas', cada vez más potentes. Y lo peor, las dudas sobre si realmente merece la pena seguir y no volver la cara. «Sólo estamos pidiendo que se nos den los medios necesarios para poder hacer bien nuestro trabajo», afirman. «Si no es así, ya no habrá vuelta atrás».

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