Ernesto Pérez Vera - OBITUARIO

Eternamente: «ECO-100, para ECO-110…»

Víctor Sánchez fue mi binomio durante tantos años que ya era mi «hermano azul». Uno de los pocos con los que volvería a bajar al mismo infierno

Ernesto Pérez Vera
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Pena, vacío y dolor en las calles de mi pueblo. Ha muerto el policía local de La Línea de la Concepción Víctor Sánchez. Se ha ido haciendo lo que más le gustaba hacer, cuando le dejaban hacer: perseguir delincuentes, algo con lo que disfrutaba, cual vicioso de ello que era. Creía en lo que hacía y representaba, algo que le había reportado no pocos detractores dentro y fuera del cuerpo, la mayoría dentro.

Cuando trabajaba a destajo y sin mirar el reloj, cosa en él habitual porque no sabía hacerlo de otra manera, demasiados de los suyos, de los nuestros, le escupían saliva emponzoñada y le reprochaban que diera tanto el callo, pues quedar con el culo al aire no es cosa del agrado de nadie, menos aún de los gandules atrincherados en sus propias miserias y de los disfrazados de curritos liberados por siglas sindicales.

Pero Víctor era sumamente educado, aunque su rictus y carácter serio pudieran dar a entender lo contrario, razón, ésta, por la que no solía mandar a tomar por ojo a quienes tanto le tocaban las narices, una y otra vez, con sus boicoteadores palitos en la ruedas. Licenciado en Derecho y reputado experto en el arte de ignorar a la bazofia, a los charlatanes y a los embusteros arraigados en el seno del gremio, el desprecio de su mirada y sus elegantes desplantes les servían para eludir un «¡vete a tomar por culo, guarro!». Era hombre de pocas palabras.

Obtener la licenciatura, por cierto, a curso por año y sin dejar de currar, lo colocó en el paredón de los extremadamente detestables: ya podía promocionarse a lo más alto dentro de la fuerza, lo que siempre está mal visto si en vez del carné de flojo e inútil redomado, lo que se presenta es, junto al título universitario, una pancarta con la leyenda «no me da miedo trabajar mucho: me gusta y quiero hacerlo».

La sociedad ha perdido a un fiel servidor público, a un paladín sinigual. El miércoles estaba persiguiendo el delito, concretamente a unos contrabandistas de tabaco que pilotaban sus locas motos por céntricas calles de la ciudad, cuando la parca decidió llevárselo de entre nosotros, para dejárnoslo eternamente en el corazón y en la memoria. ¡Maldito siete de junio!

Marido y padre ejemplar, gran persona, amigo único y profesional sin límites. Para él nunca era demasiado trabajo, siempre buscaba un poco más y, si era posible, de más calidad. Hemos perdido a un infatigable y tozudo currante de verdad verdadera, no de postín ni de postureo, tampoco de mentirijillas, como jugando al cambalache nos suelen vender a algunos recién finados. En él había madera de tío con mayúsculas. Hombre de valor acreditado y reconocido por los que saben de poner que hay que poner, donde hay que ponerlo; que no todos saben de esto ni todos tienen lo que hay que tener. Era auténtico y jamás se le subió a la cabeza la divisa de oficial. Y como jefe de unidad no es que doblara el lomo como el que más, es que lo doblaba tres veces más que el que más. Víctor, en estado puro.

Víctor Sánchez fue mi binomio durante tantos años, que ya era mi «hermano azul». Víctor era, y seguirá siendo, uno de los muy poquitos con los que volvería a bajar al infierno para cascarle de nuevo las pelotas al diablo. Víctor era mi hombre de máxima confianza en la puta calle, donde plenamente solo me fiaba de tres más. Víctor siempre vivirá en mí y seguiremos desayunando con Fermín y Mairena en el bar Rebolo.

Pueblo de La Línea, no llores por su ida ni finjas que lo haces, llora por la mierda que él no volverá a quitar de tus calles. Pueblo mío, recuerda siempre que él, con un puñado no muy grande de gente ya olvida, perseguida y despreciada por tus políticos y hasta por sus compañeros, quitó muchísima cocaína y heroína de la que a mansalva corría por tus barriadas. Y no olvides, pueblo, que Víctor no tenía cruces al mérito policial pendiendo de su pecho, porque nunca fue reconocido por lo mucho que hizo. Si se las das ahora, pueblo, tu acto será la muestra clara y evidente de que todo es una mierda y una gran mentira. Aun así, dáselas sin pudor, por favor, su familia y sus compañeros de verdad te lo exigimos. Pero debes saber algo más, pueblo: Víctor, como los pocos que son como él, no curraba por colgajos en el uniforme, lo hacía, simple y llanamente, porque creía en lo que hacía y por ello hacía aquello en lo que creía.

Pueblo de La Línea, el hueco dejado por Víctor Sánchez es difícilmente rellenable y cuando te vuelvas a percatar de ello, clamarás veinte como él. Pero ya no hay, no queda gente así: han colgado el cartel de 'agotadas las existencias'.

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