Tribuna

Carta a un amigo que está de viaje

PROFESORA DE LITERATURA Y ESCRITORA Actualizado: Guardar
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Querido Fernando: Ochenta años no es nada, como diría el tango, y menos para ti que los has cumplido no hace mucho, y que te paseas por encima de nuestras miserias, a años luz de de este mundo, pero completamente en él gracias a tu literatura y al recuerdo que tu persona dejó en todos nosotros.

Quiero rendirte un homenaje que, a pesar de todo, no necesita de efemérides para demostrarte que te somos fieles en todo momento, porque somos muchos los que con nuestro trabajo cotidiano, calladamente, vamos difundiéndote un poco más cada día, siguiéndote como fieles adictos. Hace poco hablaba contigo y de ti ante la gente, pues fui invitada por la Diputación de Sevilla para contarte un poco más ante un público variopinto que empezó a entablar amistad contigo y a recordarte, ya que hubo algunos que ya te conocían, y que a partir de entonces -me lo prometieron ese día y me lo acaban de confirmar hace un momento- han vuelto a releerte.

Por aquel salón se pasearon Legionaria, Juan Cantueso, el almarsén y el bienmesabe del hablar gaditano que nadie ha sabido reproducir como tú. Estuvo San Felipe, y estuvieron la Pila Vieja, y el Novelty, y los pececillos en su bolsa pisoteados por Luis el Mula, y 'El Parnaso', y 'Platero', y todos los ojos verdes del mundo y aquella Nadia candeal, trigo y fuego, que te ató a su grupa para siempre. Y estuvieron tus noches de flamenco, tu cine y tu voz enamorándonos. Fernando, estuviste vivo entre nosotros, y vivo sigues porque tu obra te reivindica por sí misma y te aleja de cualquier olvido.

Me emociona cuando voy por la vida y me encuentro con gentes que no son de Cádiz y me dicen que te conocieron, que viajaron en tu compañía, con los que compartiste días o momentos, que bebieron, se emocionaron o charlaron con Fernando Quiñones sobre tantas cosas, que te leyeron y que ahora, con las cosas que les revivo, quieren volver sobre tus libros y tu biografía.

No te has ido, Fernando. Siempre surgirá la polémica sobre tu personaje, el que interpretaste a lo largo de 68 años: que si eras un golfo -lo dijo alguien de ti, te lo puedo jurar-, que si no eras tal, que si amabas Chiclana, que si preferías Cádiz, que si no debías de dar tantos pregones, que si no tenías que haber abandonado el Reader, que si llevabas lamparones, te duchabas o no te duchabas, pero lo que sí es cierto es que fuiste un vividor que le sacó el jugo a la noche y al día, que igual que acogías a los amigos desamparados bajo tu techo, eras capaz de enfadarte con otro porque su nombre no saliera más arriba que el tuyo en los créditos de alguna obra de teatro. Que fuiste un doctor Jeckill y un mister Hyde como casi todos lo somos. Que odiabas las conveniencias, las cursiladas, ese Carnaval gaditano que para ti había perdido su esencia y que, a pesar de todo, insisten en acercarte.

No te has ido, porque aquí te mantenemos vivo de un modo tan natural y sencillo como tú limpiabas La Caleta de las basuras que sus habituales iban dejando como testimonio de su día de playa, con tu bañador acartonado caletero, El BAÑADOR que cada día te tiraba Nadia a la basura, pero que volvía contigo inexplicablemente. No te enfades si te cuento que había quien te ridiculizaba por tu labor siempre solitaria, devolviéndole al mar hasta el último grano que podías extraer de los plásticos que iba dejando olvidados un público que entonces no sabía de intenciones ecologistas, como probablemente tú tampoco, porque a ti te guiaba, sencillamente, el amor por tu entorno.

Tú fuiste y eres universal, Fernando. Te deseo que sigas navegando por los mares que te llevaron a conocer el universo, por esta mar atlántica inigualable con la que convivimos y que también fue tu amante porque en ella estaban los siglos, el tiempo que, como buen gaditano trimilenario llevas en tus genes, en el que se ha ido escribiendo la historia del mundo, la historia de tu Cádiz, tu propia historia. No permitas que nadie te encasille, sigue siendo Fernando Quiñones universal, viajero, sigue cantándole a la Argentina en la vajilla de Liliana Hecker tus tanguillos o tus bulerías. Eso sí, vuelve siempre como volvías a la tierra que, desde lejos, te vio nacer, para intentar auparla sobre sí misma, elevarla por encima de sus mezquindades, quitarle el pelo de la dehesa -que gracias a ti ha perdido en parte- como los ciervos se dejan el terciopelo de sus cuernos en los árboles cuando comienza la berrea.

Tu muerte le marcó un gol al tiempo al que has burlado con lo único que no puede ser destruido por él, con un arma que fue y sigue siendo el testimonio de tu espíritu: tu palabra viva en tu literatura.