opinión

'Sushi'

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Pese a que ese gran español que fuera Eugenio D’Ors aseverara que «todo lo que no es tradición es plagio», nuestro pueblo no le ha hecho gran caso, pese a que constate la enjundia de ese aforismo al verlo plasmado en la cornisa de poniente del palacete de la Real Academia, justo al ladito del Museo del Prado que actúa de fedatario público del pausado nacimiento de neologismos en ese académico orgullo del universo. Pero como quiera que no resulta ser menos cierto que «todo lo que no evoluciona, muere», como asegurara Jean Cocteau, otro preclaro, quizás convenga hacerle caso a los dos, y equilibrar posiciones balanceando la tradición y la evolución. Las tradiciones pueden evolucionar sin que por ello pierdan el calor del rescoldo de la herencia patrimonial, pero es aconsejable que se desenvuelvan siempre dentro de una atmósfera clásica de solemnidad y respeto al pasado.

La hispana especie humana es aficionada a las novelerías y a los enamoramientos fugaces. A elevar la pamplina al rango de categoría y emular paradigmas de frágil entidad. El punto de inflexión está, desde luego, y como dijo Kant, en que «el problema no radica en emular, sino en la adecuada elección del paradigma digno de emulación». Esa peculiar forma de esnobismo, basado en que de la noche a la mañana un españolito de a pie se convierta en un experto en ‘sushi’, supone un despilfarro de tradicionalidad, ya que la pituitaria de ese cándido connacional no está habituada a matizar el ‘wasabi’ japonés, menos picante, por cierto, del que pueda probarse en Guasave, en Sinaloa, que produce espasmos respiratorios y temblores a los no avezados en la mexicanidad.

Debiendo el ser humano permanecer siempre en estado de sagaz vigilia para aprender, para incorporar innovaciones, nuevas tendencias y teorías, conviene sin embargo evitar que ese saludable dinamismo no convierta nuestra existencia en un constante remedo de unas tradiciones que no provienen de nuestros padres, o lo que es lo mismo, que no son patrimoniales. Las tendencias modistas contemporáneas basadas en la copia y no en la investigación innovadora, han convertido a la existencia de la sociedad en un laberinto de incongruencias, algunas notorias en Cádiz, donde resulta complicado degustar guisos tradicionales ortodoxos, pudiendo y sabiendo hacerlo, pero sin embargo pudiendo comerse ‘sushi’ en el mercado, lo que no deja de tener exótico encanto.

Las tradiciones hay que sacralizarlas, preservarlas, a través del respeto a las tradiciones de los demás, desde una vigilancia perfeccionista y perfeccionadora, la que permita su total dominio. Hasta que no dominemos la fritura de ortiguillas y la de morena, no nos pongamos a intentar aprender cómo se asa una res, se acidula un cebiche o se amasa el arroz para el ‘sushi’. Hay que ser propios para amar lo ajeno.