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Caputo

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Tommaso Caputo era un sátrapa que trataba a sus empleados con similar despotismo que a su clientela. Deambulaba por su almacén de presuntos productos alimenticios siempre con el huraño gesto montaraz de un tratante de acémilas de los Abruzzi. Llegó a Somalia con el ‘8º Reggimento Bersaglieri’, justo en el que enrolaron de primer corneta al que llegara a ser Presidente de la República; la perla cultivada del afrodespotismo, Siad Barre. En los mentideros y corrillos del barrio de Hamargüeini se aseguraba que eran socios. El almacenillo, que lucía como nombre comercial el de ‘Caputo’, era el refugio de todas las escleróticas nostalgias imperiales de Italia, conservadas, no sin teatralidad militante patética, por un censo de transterrados involuntarios, incapaces ya de sintonizar con una Italia desprovista de la trágica máscara del mussolinismo.

Los extranjeros no italianos de Mogadiscio, no más de una decena, íbamos a ‘Caputo’, a disfrutar de la rara joya de su zumo de pomelo, dada la cochambre del entorno, en el que todo aquello que se vendía era fruto de un flagrante crimen de leso comercio. Pan relleno de excrementos de ratones, verduras mustias con gorgojos, latas de conservas sin etiquetar, pastas secas mohosas o azúcar con tierra, diseminados caóticamente por destartaladas estanterías de madera de embalajes. Aquello que no estaba podrido, se vendía a precios canallescos, como la Heineken, convertida, como el resto, en un ejercicio de enajenación evocativa e injusticia social.

Pese a ello, ‘Caputo’ ejercía cierta fascinación, cierto magnetismo cultivado, cierto europeismo fehaciente, gracias al humilde hechizo que manaba de su ‘spremuta di pompelmo’, milagrosamente perfecta, zumo capaz de hacernos olvidar que la atroz guerra se avecinaba, en la que la Civilización Occidental iba a volver a ciscarse en la honra propia de su prosapia cultural, como así ha sucedido. Europa se ha convertido en un acto defecatorio, en un gran fiasco de la cultura y la educación, de la altura de miras y el amor al prójimo, que no termina de encontrar la senda de la regeneración. Se ha convertido en un compendio de grescas y encontronazos, de agresiones y ríspidos alegatos, glosados y gloriados en grandes murales de la necia imprecación al connacional y no menos necia impetración al Olimpo. La ‘spremuta di pompelmo’ ejercía de elixir de la concordia, de alucinógeno ritual y mitológico, que nos aliviaba las tensiones que genera vivir sitiados por la crueldad del mísero ostracismo y el olvido.

En homenaje votivo de ‘Caputo’, antro de la inhibición irresponsable y egoísta, propongo desde Cádiz, ombligo de la historiografía europea, una ronda gratis de vino en rama en todos los tabancos, baches, güichis, tabernillas, bodeguillas, y demás humildes expendios de alucinaciones creativas para brindar por la especie humana, el humor y el amor y por la abolición de la ley de pancartas descorazonadoras.