Mitos y flautas

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Todos necesitamos creernos que son verdad algunas cosas inverosímiles. Esa técnica de consuelo exige tener bastantes tragaderas, pero somos dignos de envidia, aunque no de admiración, los que nos lo creemos todo, desde los discursos de los políticos en estado de merecer a los métodos para dejar de fumar con acupuntura. Ahora, además, han inventado unos cigarrillos que tienen un 97% de nicotina menos, o sea, que da lo mismo echar una calada que chupar un bolígrafo. No es la primera vez que me propongo, a la tardía hora de acostarme, no fumar cuando me levante. Tampoco será la última en la que divulgue el procedimiento único para conseguirlo: aspirar el pitillo no por la parte de la engañosa boquilla, sino por donde quema. La sensación sería profundamente desagradable y nos imposibilitaría para dar un beso a alguien que lo mereciera y por eso no ha tenido seguidores. Hablo de estas trivialidades porque son trascendentes. Cada uno a su escala, todos tenemos derecho a redactar nuestra esquela. El gran Bertrand Russell, que vivió más de noventa años y escribió más de setenta libros, fumaba en pipa hasta el final de sus gloriosos días, cuando dudaba sobre la capacidad racional del ser humano y estaba persuadido de que todo es humo y es nada. ¿Quién que es no es algo mitómano? La tendencia, no siempre morbosa, a desfigurar y engrandecer la realidad está en la naturaleza humana, aunque quizá los argentinos hayan exagerado algo. Borges se extrañaba de que un país que en lo individual no es inferior a ninguno fuese tan indescifrable en lo colectivo. Ahora le están haciendo un mausoleo a Kirchner, ante el dolorido regocijo de su viuda, la actual presidenta Cristina Fernández. Los escultores tienen un gran sentido de la lisonja. A los que eran bajitos les montan a caballo y a los que eran bizcos los perpetúan de perfil. Está claro que seguimos necesitando algunos mitos, pero quizá no lo esté tanto que necesitemos tantos escultores.