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¿Solo importa ganar?

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Hoy en día, en el fútbol de iniciación, estamos acostumbrados a escuchar frases descalificadoras como forma de presión para incitar la competitividad: los hombres no lloran, juegas como una nena, hay que ganar a toda costa... Parece que para obtener el respeto del otro hay que jugar de forma agresiva, pero sin hacer daño al rival. Complicado si aún estás aprendiendo a pensar y a controlar las emociones, e imposible de realizar si tienes ocho años. Va en contra de los principios.

Ganar o morir, pero… ¿y formar? El fútbol es un juego para ‘listos’. Una patadita para cortar el juego; recordar a los difuntos del rival; provocar un cabezazo, una pérdida de tiempo o simular un penalti... Al final nadie se acuerda de esto, sino de que sirvió para ganar. No está bien visto, pero todos lo hacen.

¿Hasta qué punto han de permitirse estos actos? El límite debe ser la deportividad. Tan importante es la victoria como la forma en que se obtiene. La mayoría de entrenadores de fútbol base, aunque garantizan que educan a través del deporte, terminan repitiendo modelos competitivos clásicos al olvidar que forman, aunque en algunos casos, deforman. Se podrá ganar de forma honesta o deshonesta, justa o injusta, pero en todo caso el juego limpio no dejará de ser secundario si está en peligro el fin moral del deporte: vencer y triunfar.

Quizá, la cuestión es que no todo vale con tal de ganar. La idea es transmitir que también se forma a personas. El valor y el respeto que merece el adversario es importante porque al menos una vez a la semana todos son adversarios. Enseñar que no se compite contra el primer clasificado, sino contra uno mismo. No solo pensar en la victoria, sino en el largo camino a recorrer hasta lograr alcanzarla, partido a partido.

Y aunque parezca increíble, son los más pequeños los que han dado una lección de valores en el fútbol: los alevines del Sevilla en junio de este año al entregar el trofeo que ganaron contra el Español, por ser mejores durante todo el torneo. Un ejemplo a seguir.