Esto es una guerra (sonríe o muere)

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Mi sabio de cabecera repite que «no van a parar hasta vernos trabajar de sol a sol a cambio de un plato de arroz». Y resulta difícil negar el diagnóstico de la plaga de avaricia que nos contagiaron clavándonos agujas infectadas con gérmenes de compras, créditos e hipotecas. Así empezaron una guerra. Cada semana de quiebra queda más claro. Incluso, con su inminente golpe de estado y todo. Es una confrontación novísima. En un bando, apenas unas decenas de combatientes victoriosos. En el otro, todos los demás. Población civil a millares de millares. Los primeros, invisibles. Los restantes, desarmados, con su tropa sindical corrupta, inmóviles, abatidos a la espera del despido de gracia, del fin de la paga, el recorte, la eliminación de la extra, la división en dos del sueldo, la abolición de las vacaciones y el encarecimiento global.

Es una guerra distinta pero persiguen imponerse y aniquilar. Violencia nueva, económica, pero violencia. Aunque nadie les ponga cara a los agresores, es evidente que existen. En carne mortal. A estas alturas nadie, aunque no haya visto ‘Inside job’ o ‘La doctrina del shock’, duda de que tienen una estrategia perfecta y una voluntad de destrucción implacable añadida a la ambición particular. Su infantería, consciente o no, de especuladores, comisionistas, gerentes, comerciales, políticos intrascendentes y trabajadores por inercia cumple, sin una deserción, sin una contestación, sus planes.

Tienen su propaganda poderosísima. Inundan orejas con datos económicos que ni entendemos ni nos importan porque los dibujan a conveniencia, inventan fantasmas de primas y deudas de los que nunca supimos y ahora resultan vitales. Obligan a estar al tanto de la información bursátil que les enriquece cuando se hunde y cuando vuela nos empobrece marque lo que marque. Presentan el deplorable modelo de vida chino como ejemplo venidero y han convertido el dinero en dígitos en una pantalla de ordenador, que no existe. ¿Alguien ha probado a pedir su nómina, los que la tengan aún, o el subsidio en metálico? El dinero es un holograma que viaja de un ordenador a otro. Todo ese atrezzo tiene como única finalidad el miedo. Todo junto forma una sirena de bombardeo insoportable y obliga a echar el cuerpo a tierra, cabeza pegada al suelo, entre los brazos y, claro, el coxis bien alto. Posición ideal para otro saqueo mientras las víctimas ni se atreven a mirar.

Su técnica es tan sofisticada e infalible que ha conseguido meter en la mente de sus enemigos –las víctimas, nosotros, los bombardeados con paro– a un agente infiltrado. Es el «pensamiento positivo», el mejor aliado de los saqueadores diarios. Ese pensamiento dice que cada cual tiene lo que merece (sobre todo si se forra), que si hace trampas es porque sabe y si roba, que se atreve. Que si estás tirado es porque no luchaste bastante y que la salida depende de ti. Mientras no la encuentras, mejor para el profeta. Pero sonríe. Esa doctrina dice que pensar que esto es una guerra, hablar de bandos, víctimas, pobres, ricos y esclavitud es de aburridos y de tristes, una antigualla, una simpleza. Es demagogia, palabra multiusos. Eso no se dice. No hay buenos ni malos. Esa neurona trasplantada dice que todo está en ti, cosa tuya y esas ideas son de rojos trasnochados que te traicionarán pronto porque, al final, sueñan con el mismo BMW.

Ese agente neuronal, ese pensamiento tóxico queda perfectamente descrito en un pequeño ensayo de una norteamericana que, aunque se publicó hace dos años, por suerte se me apareció en el camino. Es de Barbara Ehrenreich y se llama ‘Sonríe o muere: cómo el pensamiento positivo ha engañado al mundo’. Una anécdota resume su mensaje mejor que mil ideas, el libro relata que una gran cadena de grandes almacenes de Estados Unidos ya reparte dodotis entre sus limpiadoras. Perdían demasiado tiempo cada día en ir al baño. Ellas, asustadas por el temible paro, encañonadas por la necesidad de sumar unas horas extras más, aceptan por unanimidad. ¿Les suena? Se llama productividad, nuevo modelo, empleo a toda costa. En realidad, a la nuestra.