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«En mi hambre mando yo»

Algunos tópicos tienen una base tan firme que cuesta trabajo negarlos. Por ejemplo, todo fue llegar la caravana del circo a la explanada de CASA, el pasado jueves, todo fue desplegar la lona de colorines... y saltó el Levante. Habían pasado muchos días sin nuestro viento de cabecera y se ha vuelto a cumplir la ecuación. En cuanto llega la jaula del tigre, aparece la primera racha. A ver quién pone ahora en duda la leyenda urbana, ese prejuicio que invita a echarse plomás en los bolsillos en cuanto un elefante recorre la avenida.

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Pero hay otros tópicos menos simpáticos e inofensivos. Algunos de ellos, de los que casi nadie quiere reconocer, tienen que ver con el sur. Cada vez que nos desplazamos hacia abajo (de Alemania a Mallorca, de Mallorca a Andalucía o de Andalucía al Norte de África), el viajero se cree más rico, más chulo y más listo que el lugareño con el que va a compartir territorio durante unos días de vacaciones. Con las excepciones que dicta el sentido común, con todo lo injusto que resulte generalizar, es imposible dejar de pensar en ese tic tan extendido cuando todavía resuenan los tubos de escape de tanta moto suelta hace tan sólo seis días.

Los que defienden que esta tradición (con apenas dos décadas de vida) es fundamental para el progreso de la provincia deben comenzar por definir qué entienden por progreso. Si de lo que se trata es de proclamar que «el cliente siempre tiene la razón,» si defendemos que el que paga hotel, cerveza y raciones siempre manda, entonces, más que un progreso se trata de un retroceso... hasta el siglo XVIII, al menos. Si de lo que se trata es de aguantarle al que viene sobre su montura (ya sea una moto como un caballo) todos los caprichos y excesos, estamos ante una grave discrepancia.

Si la motorada de este año ha sido un fracaso porque las ciudades han decidido preservar algunas calles para los que las pisan, las pagan y las consumen todo el año, si la gran cita ha pinchado porque se han puesto en marcha sistemas de control para eliminar (o reducir) la exhibición de brutalidades, negligencias y delitos que se cometían en nombre del ritual pseudodeportivo, bienvenido sea el fiasco. Si alguien defiende que todas las motoradas son como la jerezana, que explique por qué todo lo que ha soportado esta provincia durante los últimos diez años nunca se ha visto en Montmeló, Cheste, Estoril o en ninguna ciudad europea con circuito.

Si cree que este circo paralelo debe formar parte de la nueva oferta turística distinta y alternativa que debe brindar la provincia, es que no ha escuchado hablar de chill out, slow life, los bo-bo's y de todas esas nuevas tendencias con nombres pijos en inglés que hablan de un visitante que quiere calma, calidad de servicio, tradiciones, historia, naturaleza y descubrir la normalidad del sitio que va a conocer.

Qué tendrá que ver el atractivo turístico, el forastero con poder adquisitivo, con ciudades en estado de sitio, valladas, con vecinos asustados por la llegada de varios miles de cafres que se niegan a superar la adolescencia, respaldados por los imbéciles autóctonos que aprovechan la situación para liberar su ciclomotor.

El mejor concepto de progreso pasa, quizás, por unas ciudades que nunca hacen excepciones a la Ley ni a la convivencia, que no se dejan invadir por hoolingans borrachos, modernos con estupefacientes ni moteros machotes a cambio de un puñado de euros. Que digan los que viven todo el año en Ibiza, Sitges o Fuengirola si han salido ganando tras vender su alma al visitante, venga como venga, haga lo que haga, pida lo que pida.

Lo que darían ahora por mantener sus ciudades como eran, sin hacer excepciones un fin de semana, en un barrio, con unos hoteles, con una urbanización. Muchos gaditanos queremos una provincia en la que la ley no quede suspendida dos días por la motorada, otros dos por los sábados de feria o carnaval y todas las noches del mes de agosto.

Si esta zona ha de ser más atractiva, debe serlo cada día laborable de cada mes, cada día normal, tanto para los que vienen como para los que están.

Si el negocio motero (de unos pocos para el disfrute de otros pocos) debe ir a menos por culpa del sentido común, bienvenido el descenso. En esta tierra tenemos varios másters MBA en vivir con lo mínimo y, como dice esa gran frase andaluza, «en mi hambre mando yo», y en mi derecho a dormir o circular con cierta calma. Si pasamos fatigas, ya nos bandearemos pero si el rescate lo tienen que hacer esos vestidos de cuero, sobrados de soberbia, que ponen en peligro sus vidas (allá ellos) y la de los demás (eso sí que no), pues mejor quedarnos ahogaditos. Si para conseguirlo hay que ingresar menos euros, yo renuncio a mi parte.



LA ESPERANZA ES BOB

Sin salir de Jerez, su Ayuntamiento llevaba años tanteando la opción de organizar un gran concierto, con una figura internacional. No pudo ser con los Stones, pero ahora llega Dylan, un mito planetario para varias generaciones con todos los matices y gustos que quiera cada cual. Bob, hope («esperanza»). A ver si el lleno convence a los promotores y a las instituciones de que el medio millón de habitantes que hay entre Cádiz y Jerez da para mucha convocatoria. Ahora que estamos en «crisis», igual llegan las citas que nos han hurtado a todos durante tantos años de «bonanza» económica.