Productos básicos de alimentación, aseo personal y limpieza del hogar llenan los estantes
Productos básicos de alimentación, aseo personal y limpieza del hogar llenan los estantes - a. v
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Los rostros del súper de la esperanza

Un economato de Jerez ayuda a cerca de 1.500 familias vendiendo productos básicos de alimentación y aseo a menos de un euro

maría almagro
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El hambre es muy rápida. Viene mínimo una vez al día. Hoy; nada de mañana. No espera sino que crece por momentos. No distingue por clases ni por lo que antes guardabas en la cartera. Iguala a todos a la misma condición, a la de humanos. Cuando llega con fuerza, el de verdad, es difícil huir, sobre todo, si el que lo sufre es tu hijo y lo sientes por él, amenazante, en tu cogote. El hambre tiene rostro. Se puede ver si se quiere mirar. Puedes encontrarlo cerca, no hay que irse lejos. Te toca, te habla, respira y tiene nombre. Como tú. Nadie se libra si el camino se trunca. Sin esperarlo. De repente todo iba bien «hasta que…» Muchas historias, tantas como personas que intentan remontar de ellas, reinventarse y seguir para adelante.

Es en esa lucha en la que siempre hay un comienzo, un primer peldaño de una escalera que puede ayudarte a seguir subiendo. Ahí justo, en ese punto, es donde está el hermano Guillermo, además de más de 70 voluntarios y bienhechores, que a través de la Obra Social San Juan Grande devuelven la esperanza a cerca de 1.500 familias en exclusión social de Jerez.

«Hay momentos y hechos que van dando sentido a nuestra vida, sea antes o después». Uno de ellos ocurrió hace unos quince años cuando este religioso oyó hablar de una especie de supermercado solidario que habían puesto en marcha las monjas de la Caridad en Sevilla. Entonces, el boom inmobiliario aún llenaba los bolsillos de muchos y la cosa no pintaba tan mal. «Fíjate... años después aquella idea ha cobrado mucho más significado». Recién trasladado ya a la provincia, en el Hospital de la Orden, conoció la labor que hasta entonces había hecho el hermano Adrián.

El hermano Guillermo, artífice de esta labor solidaria
El hermano Guillermo, artífice de esta labor solidaria

Entonces, la crisis empezó a apretar y de las 25 familias que se ayudaban en un origen se pasó en 2010 a 120. Después, vendrían muchas más. «Cada semana se repartía una bolsa de alimentos», recuerda. «Las colas en la puerta no dejaban de crecer. Había que hacer algo. Me parecía insuficiente, además era muy duro para todos, aquella cola era una espera muy dolorosa».

Mientras lo cuenta, el hermano no deja de saludar a todo el que entra en el economato. «¿Qué?, llévate la leche, no se te olvide…». Su gran simpatía ayuda bastante. A la vez, sostiene en sus manos una calculadora con la que ayuda a sumar céntimos a los 'clientes'. Entre cuatro filas de estantes, cajas de leche, galletas, geles de baño, yogures, detergente, aceite, embutidos, cereales… se desenvuelven supervivientes de una economía en números rojos. No faltan las bromas, las sonrisas, las miradas cómplices. Parece que así el trago es más sencillo.

Desde leche a gel de baño

Fue en 2011 cuando el economato Social San Juan Grande abrió sus puertas reformando unos garajes que había pegados al centro hospitalario. El objetivo estaba claro: «Queríamos dignificar la ayuda a las familias». Desde entonces, compran todos sus productos a mayoristas o a supermercados colaboradores y antes de ponerlos a la venta a estos beneficiados no les suben el precio. Al contrario. Lo bajan costeando un 75% por lo que las familias solo tienen que pagar en el economato una cuarta parte de su valor real. Así por ejemplo un litro de leche está disponible por 14 céntimos, unas galletas por 33, el café a 24, el papel higiénico a 11, embutidos a 19 céntimos, gel de baño a 18, compresas a 20, avíos para un puchero a 70, o «el más caro», aceite a 75 céntimos.

La botella de aceite, a 0,75 es lo más caro
La botella de aceite, a 0,75 es lo más caro

Ángeles y Rafael son dos de los nombres que ponen cara a esta historia. Con dos hijos, de 8 y 5 años acuden mensualmente desde la barriada del Mopu de Jerez al economato a hacer su compra. Rafael, montador de andamios, sabe bien en qué consiste la crisis del ladrillo. Fue una de tantas víctimas de un negocio engordado que terminó explotando. Ahora, sobrevive junto a su familia con trabajos eventuales que no les da, ni estabilidad, ni para llegar a fin de mes. «Me he ido a Zaragoza, Tarragona, Ponferrada... lo que sale, para ganar lo justo», cuenta con la serenidad que le da el seguir «ahí».

Reciben la ayuda de 426 euros pero se esfuma casi entera con la hipoteca. Ante esta situación acudieron a la Obra Social, estudiaron su caso y les dieron uno de esos carnés con los que una vez al mes pueden hacer una compra de 8 euros que el 'otro mundo' sería de unos 50.

Ángeles y Rafael, con sus dos hijos en el economato
Ángeles y Rafael, con sus dos hijos en el economato

«Si no fuera por ellos...», Ángeles, en paro, resopla. No le suelta la mano a su niña que mira atenta los estantes mientras que su hermano no deja de jugar con un zumo. «A nosotros nos puede faltar lo que sea pero a ellos, a ellos, no». Son los pequeños los que les dan fuerza para continuar. «Las primeras veces que entras aquí da vergüenza, sobre todo cuando antes no nos faltaba de nada, pero en seguida te das cuenta que no queda otra, hay gente peor». La reflexión se clava fría en la conciencia de los que tienen y no paran de quejarse. «Hay que seguir», repiten.

Historias muy reales

Detrás de cada testimonio hay también muchas horas de trabajo. Las de por ejemplo Patricia Muñoz, trabajadora social que lleva tres años siguiendo cada caso. «No hay un baremo fijo de requisitos para acceder a esta ayuda», explica. Aún así se estudia pormenorizadamente la situación de cada familia que lo solicita a través de sus propias oficinas o derivados de otras instituciones como Cáritas. Así, dependiendo de cuántos sean, acceden a poder comprar por valor de 6 a 10 euros. Una vez al mes. Son muchos los que cuatro veces en semana acuden a este ‘Día’ tan especial. «Desgraciadamente no se puede ayudar a todo el mundo». El ‘podríamos hacer más’ no tarda en aparecer cuando se conoce de cerca la necesidad. Cuando se le ve la cara. La trabajadora ahonda en la diferencia que les separa de otro tipo de ayudas. «Aquí vienen a hacer su compra, no a pedir y para muchos eso es muy importante. Les hace sentir mejor», y comenta, «si vienen mal, avergonzados hay que ayudarles y no lamentarse con ellos».

Patricia ha visto casos de todo tipo. Desde personas 'acostumbradas' a esa forma de vida, a la de la supervivencia o la exclusión, y otros que jamás pensaron verse en tal situación. «Recuerdo un empresario de éxito que tenía varias casas y que de la noche a la mañana se quedó sin nada. La situación ha cambiado mucho». Pero también es consciente de que a veces, «no siempre» la picaresca puede también pasarse por el economato. «Es difícil detectar casos de personas que vienen y cobran su sueldo por otro lado. Siempre hay quien intenta engañar».

En paro desde hace cinco años, los que tiene su hija, María José tampoco pensó nunca que tendría que recurrir a la ayuda social. Hasta que no tuvo más remedio. Como los demás. A pesar de resistir a una historia personal algo complicada no se rinde. «Me habló del economato una amiga. Cuando lo vi me encantó. Yo he trabajado toda mi vida y venir aquí sin colas ni miradas es mucho más digno, aunque lleva su proceso asimilarlo, no creas...». Y deja claro: «Yo lo que quiero es un trabajo».

María José acude al supermercado cada mes
María José acude al supermercado cada mes

Ayudando con las cajas, Said, marroquí de 43 años, casado y con tres hijos también es usuario de este súper. Llegó de ilegal a España, remontó y comenzó a trabajar de pastelero. Sus recetas triunfaban en las cocinas de los restaurantes hasta que llegaron los despidos. Desde la institución le echaron una mano y ha participado a menudo como repostero en eventos de la misma entidad. Ahora, cuenta ilusionado que comenzará a trabajar de pizzero en El Puerto, otra de sus especialidades. Pero durante este tiempo para Said y su familia, la compra del economato ha sido vital. «Menos mal... con 8 euros en otros supermercado no haces nada y aquí por lo menos nos llevamos lo fundamental».

Said, casado y con tres hijos, agradece la ayuda que le prestan
Said, casado y con tres hijos, agradece la ayuda que le prestan

En uno de los pasillos se encuentra Carmen. Ella es una de las voluntarias. Su trabajo es fundamental porque no sería posible llevar el proyecto adelante si hubiera que pagar a cajeros, reponedores, transportistas... Todo queda en casa. Comenzó en esta aventura solidaria desde el principio, hace cinco años. «Mi marido me decía que en cuanto se jubilara se pondría de voluntario en el geriátrico -también en el mismo centro-, y yo vine al economato». Madre y abuela siente de manera especial lo que a veces ven sus ojos. «Alguna vez me he emocionado pero hay que sacar siempre una sonrisa y no hacer un drama porque es peor».

El motor del economato es la suma de voluntades. Ya lo dice el hermano Guillermo, el bien produce satisfacción personal. «Cuando llamas a alguien que no ha venido en su mes y te dice que no lo ha hecho porque no tenía ni siquiera los 8 euros, intentamos hacer lo que podemos». Siempre. «Que no pierda la esperanza».

El gerente, el hermano Guillermo y la trabajadora social con las familias
El gerente, el hermano Guillermo y la trabajadora social con las familias
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