Santiago Martín

Silencio, se mata

El silencio también puede ser cómplice cuando se mantiene ante situaciones ignominiosas y criminales, como lo que está pasando en Venezuela

«Silencio, se rueda» es la frase típica cuando se está grabando una película. En los hospitales abundan los carteles de enfermeras con un dedo en los labios pidiendo silencio para no molestar a los enfermos . El silencio es imprescindible en muchas ocasiones y ojalá que hubiera más en el interior de los templos, para favorecer el encuentro personal con Dios. Pero el silencio también puede ser cómplice cuando se mantiene ante situaciones ignominiosas y criminales. Me refiero a lo que está pasando en Venezuela.

El éxodo masivo de venezolanos es épico. Seguro que hay otros en la historia con los que compararlo, pero numéricamente supera ya al protagonizado por los sirios. En Venezuela, en cambio, no hay guerra, pero sí hay hambre, carencia de medicinas, represión, dictadura. Y eso protagonizado no por un conquistador hostil sino por los propios dirigentes de la nación. Ante este genocidio, y cómplice con él, lo que existe en general es un escandaloso silencio. Es verdad que Maduro ha sido denunciado ante el Tribunal de Derechos Humanos, es verdad que se le ha dicho que no vaya a la cumbre de presidentes que se va a celebrar en Lima -él ha dicho que irá- y, sobre todo, es cierto que los obispos venezolanos han denunciado valientemente lo que está pasando.

Pero eso es muy poco. Para entender que es casi nada, imaginemos qué habría sucedido si la tragedia venezolana estuviera provocada por una dictadura de derechas. Seguro: manifestaciones diarias en todas las grandes ciudades occidentales, bloqueo a sus representaciones diplomáticas, embargo a las cuentas corrientes de sus dirigentes en el extranjero, boicot a sus productos, peticiones continuas a la ONU para que aprobase una invasión desde el exterior bajo el amparo de la «injerencia humanitaria» que ya se usó en Somalia, «realitys» en televisión, artículos diarios en los periódicos, conciertos para recaudar fondos (que nunca llegan) para las víctimas, vigilias de «oración» en toda clase de templos (con muchas velas y mucho mitin) y, por supuesto, durísimas condenas de los más altos representantes eclesiásticos.

Pero, claro, es que la dictadura de Venezuela no es de derechas. Los genocidas son comunistas. Esa es la diferencia. Ellos tienen bula para hacer lo que quieran. Mientras, el mundo guarda un cómplice silencio.

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