Pekín, en pánico ante la llegada de Ómicron

Los ciudadanos vacían los supermercados de la capital china por el miedo a un confinamiento, después de que las autoridades alerten de «transmisiones ocultas durante una semana»

Shanghái recrudece las restricciones, incapaz de contener el empuje de Ómicron

Los habitantes de Pekín se han lanzado en busca de previsiones ante el temor a un cierre como el de Shanghái Reuters
Jaime Santirso

Jaime Santirso

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A la puerta del supermercado Luyezi, en el centro de Pekín, no quedan carritos de la compra . Todos están ocupados por clientes que los conducen frenéticos de un pasillo a otro, transportando montañas de productos. Muchos se agolpan ante las estanterías de pasta, legumbres enlatadas y pescados en conserva. Cargan también con latas de Coca-cola, convertidas en moneda de cambio en Shanghái, donde desde hace semanas la comida escasea. Tras colapsar la ciudad más poblada de China y su núcleo económico, la peor oleada de Covid hasta la fecha se dirige ahora hacia la capital.

Pocas señales siniestras como las baldas de una tienda cuando empiezan clarear, por más palés que un tráfico incesante de camiones deposite en el aparcamiento. Especialmente para un pueblo que vio desde la distancia cómo el virus surgido en su tierra asolaba el planeta, a salvo gracias a una política de tolerancia cero basada en el aislamiento; estrategia que ha salvado millones de vidas, pero para la que no hay salida. Más de dos años después, una pandemia que el mundo ha olvidado amenaza a China .

La alarma saltó este domingo, tras la detección de 15 casos sintomáticos de transmisión local en Pekín. 12 de ellos fueron localizados en el distrito de Chaoyang, hogar de 3,5 millones de personas y punto neurálgico de la ciudad; emplazamiento de embajadas, empresas multinacionales, zonas residenciales de clase alta y las principales áreas comerciales. «Ha habido infecciones ocultas durante una semana, proceden de diferentes ambientes y una amplia variedad de actividades», alertaba Pang Xinghuo, directora adjunta del Centro de Prevención y Control de Enfermedades municipal.

A consecuencia, las autoridades han ordenado que todos los habitantes de Chaoyang realicen tres pruebas a lo largo de esta semana : lunes, miércoles y viernes. Una práctica habitual, pese a que en el caso de Shanghái se ha convertido en hipotética fuente de contagios ante las aglomeraciones. Desde primera hora de hoy, largas colas emanaban de los centros de testeo, comandados por los «dabai» –«gran blanco» en chino, apodo que reciben los sanitarios por el color de los trajes especiales que les cubren de cabeza a pies– como un ejército anónimo. En el mapa comienzan a aflorar urbanizaciones en las que se han registrado positivos, con más de una docena ya en aislamiento.

Los pekineses se preparan para las inminentes restricciones gubernamentales, a las que temen más que al virus. Sirve de escarmiento el desastre de Shanghái, donde continúa el peor de los escenarios: un confinamiento domiciliario de duración indefinida que hoy comienza su quinta semana. En las últimas 24 horas esta ciudad ha reportado 19.455 casos, lo que eleva la cuantía desde marzo a casi medio millón de infectados, cifra sin precedentes en China.

Constan asimismo 51 nuevos fallecimientos, 138 en total. Un cómputo muy bajo en términos porcentuales que, junto a la altísima cuota de asintomáticos –cercana al 97% cuando en condiciones ordinarias representa el 50%– ha alimentado las dudas sobre la veracidad de las cifras oficiales. Aún más después de que varios medios internacionales, entre ellos ABC, informaran sobre decenas de decesos en residencias de ancianos que no habían sido contabilizados.

Este fin de semana, las autoridades han instalado barricadas para sellar el acceso a aquellas viviendas en las que se han detectado algún positivo en los últimos siete días. En respuesta, el cuerpo de bomberos de Shanghái ha publicado una serie de consejos de seguridad, como reducir el uso de aparatos eléctricos, sin aclarar qué sucederá en caso de incendio en el interior de estos complejos residenciales.

Una incertidumbre que ha agudizado la indignación popular ante la negligente gestión del Gobierno local, causante de episodios como la falta de suministros y el posterior reparto de alimentos en mal estado, la separación forzosa de padres e hijos, el brutal sacrificio de mascotas en la vía pública o el desalojo forzoso de ciudadanos no infectados.

El rebrote que ha llevado al límite la tolerancia cero de China llega, además, cuando su Gobierno prima la estabilidad por encima de todo. Apenas faltan unos meses para la celebración del XX Congreso del Partido Comunista, en el que Xi Jinping comenzará un histórico tercer mandato que le ensalzará como el líder chino más poderoso desde Mao Zedong. Un momento crítico, demasiado delicado como para revertir una estrategia que el régimen ha convertido en fuente legitimadora y evidencia de la superioridad de su modelo político, de la que Xi ha hecho gala a nivel personal.

China debe mantener su protocolo de « Covid-cero dinámico », defendía el pasado viernes en rueda de prensa Liang Wannian, responsable del comité de expertos nacional. El académico hacía hincapié en dos factores: la baja tasa de vacunación de los anciano, así como la escasa capacidad sanitaria en términos comparativos. Un último argumento que sirve de reflexión. La segunda economía mundial y potencia emergente es también un país en vías de desarrollo donde el hambre no queda demasiado lejos: recuerdo que aquellos que hoy vacían los supermercados de Pekín creían haber olvidado.

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