Una multitud reacciona ante la llegada del papa Francisco durante un evento con jóvenes en el estadio de Nairobi (Kenia)
Una multitud reacciona ante la llegada del papa Francisco durante un evento con jóvenes en el estadio de Nairobi (Kenia) - EFE

El Papa pide «educación y trabajo» para evitar que los jóvenes sean reclutados por el terrorismo

En un encuentro con jóvenes keniatas, Francisco les explica que la corrupción no es «azúcar de vida», sino «camino de muerte»

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En un encuentro de una intensidad sin precedentes, el Papa Francisco alzó los brazos de setenta mil jóvenes, cogidos de las manos en el estado de Nairobi, como un poderoso gesto contra el tribalismo, un cáncer del país que condenó con palabras durísimas, lo mismo que la otra enfermedad nacional: la corrupción.

El Santo Padre había traído un discurso escrito pero, al escuchar los comentarios y preguntas de dos jóvenes, Lynette y Manuel, fue tomando notas, dejó de lado su texto y les hablo desde el corazón en español –con traducción sucesiva de cada párrafo-, tratándoles como a adultos en temas de importancia decisiva.

Francisco comenzó respondiendo a la primera pregunta de Lynette sobre el tribalismo con palabras rotundas: «El tribalismo destruye una nación.

El tribalismo es tener las manos escondidas detrás, y tener una piedra en cada mano para tirársela al otro. El Tribalismo sólo se vence con el oído, con el corazón y con la mano».

Los jóvenes estaban intrigados, y el Papa continuó su explicación: «Con el oído. Preguntando. ¿Cuál es tu cultura? ¿Por qué eres así? ¿Por qué tu tribu tiene estas costumbres? ¿Se siente inferior o superior?»

En segundo lugar, «con el corazón. Una vez escuchada la respuesta, abro el corazón. Y tiendo la mano para seguir dialogando. Si ustedes no hablan y se escuchan unos a otros siempre existirá el tribalismo. ¡Que es una polilla que destruye!».

Para sorpresa general, añadió; «Yo les quiero invitar ahora a ustedes jóvenes, a Lynette y a Manuel, a que vengan y que todos, de pie, nos tomemos tomemos de la mano como un signo contra el tribalismo”. Así lo hicieron, mientras repetía con fuerza: “¡Todos somos una nación! We are all a nation!».

«Vencer el tribalismo»

Era un momento emocionante, al que siguió una reflexión pues Francisco añadió que «vencer el tribalismo no es solo levantar las manos hoy, es un trabajo de todos los días. Un trabajo del oído: escuchar al otro. Un trabajo del corazón: abrir mi corazón al otro. Y un trabajo de las manos: darse las manos uno a otro. Y ahora nos estrechamos las manos unos a otros».

El gesto se extendió con entusiasmo a todo el estadio. Los jóvenes daban la mano a los de su alrededor mientras Francisco estrechaba la mano de una docena de chicos y chicas que tenía más cerca. Desde la tribuna de autoridades, el presidente Uhuru Kenyatta y la Primera Dama, que le escuchaban embelesados, hacían lo mismo con sus acompañantes. Todos se estrechaban las manos contra el tribalismo, que empequeñece y destruye cualquier nación.

«El tribalismo destruye una nación. Si ustedes no hablan y se escuchan unos a otros siempre existirá el tribalismo»

Acto seguido el Papa respondió a la segunda pregunta de Lynette, sobre la corrupción, con palabras también muy fuertes. Relató casos tristes que había visto en Argentina, como el de un funcionario que decía: «Yo hago política para robar».

Sin pelos en la lengua y para que le entendiesen bien, añadió que «Incluso en el Vaticano hay casos de corrupción. La corrupción es algo que se nos mete adentro. Es como el azúcar. Es dulce, nos gusta, es fácil… y después terminamos mal. Terminamos diabéticos, o nuestro país termina diabético».

Los jóvenes le agradecieron la respuesta con un gran aplauso, pero la cosa no iba a quedar ahí. Francisco siguió insistiendo en que «cada vez que aceptamos un soborno y lo metemos en el bolsillo, destruimos nuestro corazón, destruimos nuestra personalidad y destruimos nuestro país».

«La corrupción, un camino de muerte»

Y dejó claro que no hay excusas: «Padre, pero yo veo que todos se corrompen. Veo tanta gente que se vende por un poco de dinero, sin preocuparse de la vida de los demás… Como en todas las cosas, hay que empezar. Si no quieres corrupción en tu vida, en tu patria, empieza tú. ¡Si no empiezas tú, tampoco va a empezar el vecino!«.

Como el problema es grave, en Nigeria y en otros países, Francisco siguió abordándolo, también en otro plano: «La corrupción, además, nos roba la alegría, nos roba la paz. La persona corrupta no vive en paz. Chicos y chicas, la corrupción no es un camino de vida, ¡es un camino de muerte!». Le entendían perfectamente y se lo demostraban con aplausos a cada frase. El último resultó ensordecedor.

«La corrupción es algo que se nos mete adentro. Es como el azúcar. Es dulce, nos gusta, es fácil… y después terminamos mal»

Después comento que «Manuel hizo preguntas incisivas. Me preocupa la primera: ¿Qué podemos hacer para impedir el reclutamiento de nuestros seres queridos en grupos violentos? ¿Qué podemos hacer para hacerlos volver?”. Es el problema del fanatismo islámico en Oriente Medio, pero también en África y Europa.

Según Francisco, «para responder tenemos que saber por qué un joven lleno de ilusiones se deja reclutar o se va a sumarse, y se aparta de su familia, sus amigos, su tribu, su patria y su país. Se aparta de la vida porque aprende a matar».

Les dijo que, en realidad, «es una pregunta que ustedes tienen que hacer a todas las autoridades. Si un joven o una joven no tiene trabajo, no puede estudiar, ¿Qué puede hacer? O delinquir, o caer en las dependencias, o suicidarse -en Europa las estadísticas de suicidio no se publican-, o enrolarse en una actividad que le muestre un fin en la vida, engañado, seducido».

Terrorismo

En su opinión, «lo primero que tenemos que hacer para evitar que un joven sea reclutado o quiera ser reclutado es dar educación y trabajo. Si un joven no tiene trabajo, ¿Qué futuro le espera? Si no tiene posibilidades de educación, incluso de pequeños oficios, ¿qué puede hacer? Ahí está el peligro. Un peligro social que está más allá de nosotros, incluso más allá del país porque depende de un sistema internacional que es injusto. Que tiene al centro de la economía no a la persona sino al Dios dinero».

Y continuo preguntándose: «¿Qué puedo hacer? Primero rezar por él. ¡Pero fuerte! Dios es más fuerte que cualquier campaña de reclutamiento. Y después hablarle con simpatía, con amor y con paciencia. Invitarlo a ver un partido de fútbol, a pasear, a estar juntos en el grupo… No dejarlo solo. Esto es lo primero que se me ocurre ahora».

«Si un joven no tiene trabajo, ¿Qué futuro le espera? Si no tiene posibilidades de educación, incluso de pequeños oficios, ¿qué puede hacer?»

Todo el encuentro había sido excepcional. Los jóvenes le habían recibido a su llegada con un vibrante «Hakuna matata!» cantado a setenta mil voces después de romperse la garganta con gritos de «Karibu, Francis!» (¡Bienvenido, Francisco!) y las manos con un aplauso atronador que arranco gestos de asombro del mismísimo presidente Uhuru Kenyatta.

El Papa llegaba contento después de haber visitado, a las ocho de la mañana, el poblado de chabolas de Kangemi, donde cien mil habitantes viven sin alcantarillado pero saben dar, con frecuencia, ejemplo de solidaridad.

Cuando los jóvenes se calmaron y accedieron por fin a sentarse, el canto del «Ave Maria» de Gounod por un solista emocionó hasta el estremecimiento a todos los participantes. Es posible que el Papa llorase también, pues se llevaba las manos a los ojos. Parecía que aquel momento iba a ser la cumbre de la emoción. Pero no, era solo el comienzo de algo inesperado, intenso y arrollador, que dejaría a todos pensativos y exhaustos.

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