El Papa anima a superar el «cansancio de la esperanza» que han provocado los abusos sexuales

Lamenta que «una Iglesia herida por su pecado» no haya sabido «escuchar tantos gritos» de víctimas inocentes

El Papa Francisco visita la catedral basílica Santa Maria La Antigua durante la JMJ de Panamá REUTERS
Juan Vicente Boo

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Desde la hermosa catedral de Panamá -sucesora de la primera constituida en Tierra Firme en 1513-, el Papa Francisco se ha dirigido el sábado a todos los sacerdotes, religiosos y movimientos laicales para animarlos a superar el «cansancio de la esperanza» provocado por los abusos sexuales y la perplejidad ante «un mundo cambiante y cuestionador».

En toda Jornada Mundial de la Juventud, como la que están celebrando un cuarto de millón de jóvenes en Panamá, el Papa tiene siempre un encuentro más familiar con las personas dedicadas totalmente al Señor: las religiosas, los sacerdotes, y los miembros consagrados de movimientos laicales.

Francisco ha aprovechado la misa de dedicación del altar de Santa María la Antigua y el pasaje evangélico en que Jesús «fatigado del camino, se había sentado junto al pozo» donde sacaba agua una mujer samaritana para abordar «un tipo sutil de fatiga que no tiene nada que ver con la fatiga del Señor».

En una homilía intimista y sincera, ha puesto en guardia frente a «una tentación que podríamos llamar el ‘cansancio de la esperanza’», que afecta a las personas consagradas, poniendo en peligro su dinamismo y su alegría.

Según Francisco, «el ‘cansancio de la esperanza’ nace al constatar una Iglesia herida por su pecado y que tantas veces no ha sabido escuchar tantos gritos en el que se escondía el grito del Maestro: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es el grito de las víctimas inocentes, cuyo dolor se prolonga toda la vida si nadie les pide perdón ni les ofrece ayuda.

Cuando eso sucede, «podemos acostumbrarnos a vivir con una esperanza cansada frente al futuro incierto y desconocido», dejando «que se instale un gris pragmatismo en nuestras comunidades», una situación de apariencia normal pero en la que «la fe se desgasta y se degenera».

Francisco ha advertido que «desilusionados con la realidad que no entendemos, podemos darle ‘ciudadanía’ a una de las herejías posibles para nuestra época: pensar que el Señor y nuestras comunidades no tienen nada que decir ni aportar en este nuevo mundo que se está gestando. Y lo que un día surgió para ser sal y luz del mundo termina ofreciendo su peor versión».

El Papa usaba palabras delicadas para lanzar un mensaje muy fuerte a todas las personas dedicadas de modo total al Señor que pasan por la prueba de la desesperanza, el agotamiento o el pesimismo.

La solución es «volver sobre nuestros pasos y, en fidelidad creativa, escuchar cómo el Espíritu Santo» movió a tantos fundadores y fundadoras, obispos y párrocos a dar «vida y oxígeno a un contexto histórico determinado que parecía asfixiar y aplastar toda esperanza y dignidad».

Seguro de su receta, Francisco les ha invitado a «volver al lugar del primer amor», donde sintieron la llamada de la vocación, y a «encontrar en las periferias y desafíos que hoy se nos presentan el mismo canto, la misma mirada que suscitó el canto y la mirada de nuestros mayores».

El Papa les ha asegurado que «así abandonaremos la cansadora auto-compasión para encontrar los ojos con los que Cristo hoy nos sigue buscando, llamando e invitando a la misión».

Y ha terminado su homilía elogiando la espléndida restauración de un templo con tanta historia, pues «una catedral española, india y afroamericana se vuelve así catedral panameña», facilitando «descubrir cómo la belleza del ayer se vuelve base para construir la belleza del mañana».

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