Un hombre limpia un mural de Óscar Romero en Panchimalco, a 20 km. al sur de San Salvador
Un hombre limpia un mural de Óscar Romero en Panchimalco, a 20 km. al sur de San Salvador - AFP

El arzobispo mártir Oscar Romero llega a los altares este sábado en El Salvador

Su asesinato por paramilitares cristianos en 1980 cambió el concepto de martirio en Roma

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Un hombre sencillo, que temía la muerte y que nunca dijo la frase altisonante «resucitaré en el pueblo salvadoreño» será elevado a los altares este sábado por el cardenal Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

La ceremonia, esperada durante 35 años, tendrá lugar en la capital de El Salvador, de la que era arzobispo hasta el día 24 de marzo de 1980, en que fue asesinado de un disparo en el corazón mientras celebraba la misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia.

El arzobispo Oscar Romero (1917-1980) ha tenido en realidad dos martirios. El primero a cargo de un grupo irregular de militares a las órdenes del comandante Roberto D’Aubuisson, y el segundo –el martirio de su recuerdo– a cargo de obispos aliados con un gobierno criminal que no toleraba la voz de Romero contra la tremenda matanza de ciudadanos desarmados en el marco de la guerra civil.

Este segundo martirio continuó, durante tres décadas, a manos de algunos cardenales latinoamericanos conservadores y algunos responsables de la Curia vaticana irritados por el uso que la izquierda hacía de «su» mártir. En lugar de apoyar la causa de Romero, la frenaron, y por eso transcurrieron casi 35 años hasta que el pasado tres de febrero, el Papa Francisco reconoció su martirio y aprobó su beatificación.

Ya Juan Pablo II había tenido que vencer muchas resistencias curiales y gubernamentales para poder ir a rezar ante la tumba de Romero en su viaje de 1983. «¡Romero es nuestro! ¡Romero es de la Iglesia!», repetía Juan Pablo II.

Casi veinte años más tarde, en la ceremonia de recuerdo de los mártires del siglo XX, celebrada frente al Coliseo de Roma durante el Gran Jubileo del año 2000, alguien tachó el nombre de Romero de la lista que iba a leer Juan Pablo II, quien tuvo que añadirlo de nuevo personalmente.

Un nuevo concepto de martirio

Hasta tiempos recientes, el concepto de martirio se limitaba a personas que habían recibido la muerte por «odio a la fe», ya fuesen de emperadores romanos o de tiranos comunistas. El «problema» con Romero era que había sido asesinado por cristianos o, más exactamente, por personas que hacían gala de serlo y que recibían el apoyo explícito de algunos obispos a su «guerra a la subversión».

El concepto de martirio comenzó a ampliarse con casos como el del franciscano Maximiliam Kolbe (1894-1941), quien se ofreció a sustituir a otro prisionero, padre de familia, condenado a morir por hambre en el campo de concentración de Auschwitz. Juan Pablo II le declaró «mártir de la caridad».

El proceso de beatificación de Romero empezó en 1994, y llegó a Roma en 1995, pero el Vaticano prefirió esperar a que se calmase la violencia en El Salvador y a que las guerrillas latinoamericanas y algunos exponentes de la rama marxista de la teología de la liberación dejasen de utilizarlo como bandera.

Más adelante, los partidarios de seguir bloqueando la causa pidieron un estudio de los escritos de Romero por la Congregación para la Doctrina de la Fe, que se convirtió en un retraso «ad calendas graecas».

Largo proceso de beatificación

Así fueron pasando los años hasta que en mayo del 2007, durante el vuelo a Brasil para participar en la asamblea de los obispos latinoamericanos (CELAM) en Aparecida, Benedicto XVI manifestó en la conferencia de prensa en el avión que Romero era «un gran testigo de la fe». Añadió que, a título personal, «no dudo que merezca la beatificación», comentario que fue omitido en la transcripción del Vaticano.

El 30 de diciembre del 2012, mes y medio antes de su renuncia, Benedicto XVI, ordenó desbloquear el proceso de Romero. En septiembre del 2013, el prefecto de la Doctrina de la Fe, Gerhard Ludwig Müller, manifestó que «he leído los seis tomos sobre Oscar Romero, y la Congregación ha dado su visto bueno». El Papa Francisco solo tuvo que dar su aprobación al final del trámite.

Junto a Dietrich Bonhoeffer y Martin Luther King en la catedral de Westminster

Con el mártir salvadoreño, la Iglesia Anglicana había sido más rápida, pues la estatua de Romero figura desde hace mucho tiempo, junto con las de Dietrich Bonhoeffer y de Martin Luther King, en un puesto de honor de la catedral de Westminster.

La guerra civil en El Salvador era un conflicto atroz, por el salvajismo de la guerrilla pero sobre todo, por la violencia desmedida de los militares, que dieron muerte a decenas de millares de civiles.

Nombrado arzobispo de San Salvador en febrero de 1977, Oscar Arnulfo Romero se dio cuenta muy pronto, velando el cadáver del jesuita Rutilio Grande, de que probablemente también él moriría asesinado. En marzo del 1980 lo consideraba seguro, y manifestaba su angustia a las personas más allegadas.

El día anterior a su asesinato, en su última homilía pública, Romero se había dirigido de nuevo a la conciencia de los militares: «Yo quisiera hacer un llamamiento a los hombres del ejército. Y, en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos: son de nuestro mismo pueblo; matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar" Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios».

Gratitud hacia el Opus Dei

La mañana del 24 de marzo asistió a un encuentro espiritual de sacerdotes organizado por un sacerdote del Opus Dei, Fernando Sáenz Lacalle, quien le trajo de vuelta a San Salvador en el coche y le dejó en el hospital donde vivía, pues le parecía demasiado grande la residencia del arzobispo.

En 1975, Romero había escrito una carta a Pablo VI para pedir la apertura del proceso de beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer, y le contaba que «personalmente, debo gratitud profunda a los sacerdotes de la Obra, a quienes he confiado con mucha satisfacción la dirección espiritual de mi vida y la de otros sacerdotes».

Se escribía de vez en cuando con el beato español Alvaro del Portillo,sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei, y a veces leía sus cartas en las homilías. La última, tres meses antes del asesinato.

Su biógrafo, Roberto Morozzo della Rocca, considera que, si hubiese que aplicar etiquetas simplistas, Oscar Romero era «clásico» o «conservador», con una espiritualidad muy tradicional. En política, «no se sentía ni de derechas ni de izquierdas. Defendía la justicia». Esa rectitud evangélica le costó la vida.

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