Santa Ángela y sus pequeños milagros de Madre

Santa Ángela sigue viva para sus devotos que el 2 de marzo la homenajean agradeciéndole sus continuos «milagritos» de Madre. Ella muestra el camino de la Cruz con humildad y fe

Las colas son la tónica habitual cada aniversario de su muerte M.J. LÓPEZ OLMEDO

Gloria Gamito

El aniversario de la muerte de Sor Ángel a congrega todos los años en un solo día a cientos de personas que acuden a homenajearla no porque la crean muerta, sino al revés, porque la sienten muy viva. Tan sumamente viva que está siempre atenta a las necesidades de sus devotos. Con celo de Madre reparte generosa su calderilla de milagros y muestra el camino de la cruz, la humildad y el amor como el más seguro para seguir a Jesucristo.

Este año el 2 de marzo forma parte de los actos de la Cuaresma. Al coincidir con el Vía Crucis del Consejo de Cofradías, esta tarde el Señor de la Salud de la Hermandad de los Gitanos pasará por la puerta del convento en su itinerario de ida a la Catedral. Siempre esta fecha es especial, un homenaje de cariño, admiración y agradecimiento a la santa sevillana. El día grande en el que se contempla y venera la tarima donde murió y sus objetos personales, y se reciben las humildes violetas, las reliquias y las crucecitas de madera que reparten las jóvenes de los Grupos de Santa Ángela. La tarima se besa y por ella se pasan flores, reliquias y cruces que se guardan como oro en paño y acompañan a los devotos en todas las vicisitudes de la vida. El poder acudir otro 2 de marzo es uno de los agradecimientos más comunes que comentan los ancianos que guardan cola para llegar al cuarto donde falleció Madre Angelita: «Gracias por todo y dame salud para venir un año más».

El miércoles 2 de marzo de 1932 , a las tres menos veinte de la madrugada, falleció Sor Ángela de la Cruz. Su muerte puso de manifiesto la magnitud de su figura y la adoración de los sevillanos que ya la consideraban santa. Desde ese día y hasta el sábado día 5, fecha de su entierro, miles de personas de toda condición y edad desfilaron por el convento para rendirle el último homenaje. El viernes el Ayuntamiento republicano acordó por unanimidad rotular con su nombre la calle Alcázares , donde se encuentra situada la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz. En esa misma jornada varios doctores reconocieron el cadáver y señalaron que se encontraba en perfecto estado sin síntomas de descomposición ni rigidez cadavérica. De ello levantó acta el notario Félix Sánchez Blanco. El entierro fue presidido por el cardenal Ilundáin y el cuerpo de Sor Ángela fue inhumado en la cripta del convento, tras lograr una autorización al más alto nivel que gestionaron el prelado, Pedro Parias, el ministro de la Gobernación, el gobernador civil y el alcalde de Sevilla, José González y Fernández de la Bandera, ya que las leyes de la II Republica prohibían el enterramiento en sagrado.

Fe, humildad y confianza

Sor Ángela tenía 29 años cuando fundó la Compañía de la Cruz después de más de una década bajo la dirección espiritual del padre José Torres Padilla, el cofundador. Ella fue elegida por Dios para hacer realidad un Instituto de monjas «pobres con los pobres», a los que consideraba sus «amos y señores», porque ellos «son las almas más queridas de Dios». Pero no una pobreza de pose o maquillada, rebajada, a la medida y superficial, sino una pobreza auténtica, radical, tanto física como espiritual.

Inspirada por Dios, quiso crucificarse en el Calvario enfrente y muy cerca de Jesucristo crucificado y creó una Compañía donde la Cruz es guía de vida, el modelo a seguir. Sus religiosas no solo son pobres «sino mendigas que todo han de recibirlo de limosna», y no rechazan «ningún trabajo material dentro y fuera del convento por humillante y pesado que sea». Comer de vigilia, dormir sobre tabla, y todo hacerlo en silencio, ocultas como si estuvieran debajo de tierra «para no malograr el fruto del sacrificio por Dios y por el prójimo con lo que pudiera llamarse vanagloria del bien». Sus monjas son, a la vez, contemplativas y de vida activa para atender a los pobres y enfermos. Para llevar a cabo esa elegida crucifixión, Sor Ángela contó con el auxilio de unas herramientas esenciales: oración, fe, esperanza, humildad, confianza y unión con la voluntad de Dios , olvidando la propia. Por eso llegó a exclamar: «Levantaría un altar a la voluntad de Dios para estar siempre adorándola» y enseñaba a sus hijas lo bueno que era vivir «completamente unida a la voluntad de Dios en las alternativas de la vida». Otra frase suya a las Hermanas era: «Esa es la verdadera santidad: modificar el carácter y manera de ser renunciando a la propia voluntad».

Cincuenta y siete años transcurrieron desde la fundación de la Compañía hasta la muerte de Sor Ángela. Hoy, como todos los años las colas llenarán la calle del convento , el patio y la escalera.

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