Reloj de arena

Cayetano Fernández González: una talla especial

El Nano de Jerez es un personaje inclasificable, repleto de arte cantando, de gracia y con una enorme humanidad

Magnífico profesional, el Nano era capaz de hacer tres peñas en una noche

Félix Machuca

Por su nombre lo conocen en su casa y los más cercanos. Pero como Nano de Jerez figura en las agendas de los empresarios más potentes, de algún que otro ex presidente de gobierno y de aquellos que buscan talento y pasan de lo accesorio. Definir su personalidad resulta tan complicado como explicar la Teoría de la Relatividad. Pero a base de pinceladas cortas y firmes lo mismo sale su retrato. Verán: a Felipe González , en la Bodeguilla , le dijo que le pusiera un tinto. Y se lo puso. A David Silvetti , mientras se vestía de torero en el hotel, le cantó por bulerías y el torero salió para la México bailando. A un finísimo poeta de Jerez casi le corta la rima de la amistad porque montó, bajo su casa en Rota, un bar que pintó de amarillo y le hizo pasar las duquelas. En La Habana , su segunda tierra, se quedó «pillao» con un taxista que, en estado de plena necesidad, no se le ocurrió otra cosa que ponerle un cepillo de dientes al limpiaparabrisas para ver algo en mitad de un tormentón tropical. Pienso que, con estas pinceladas, si no lo conocen, se pueden aproximar con confianza a un cantaor con las dos gracias que mejor domina: la de su arte cantando y la del humor como compañía inseparable en su vida.

Magnífico profesional, no hay una peña donde no sea invitado el bombero más ardiente de su repertorio. Una vez, preocupado por el éxito del Bombero, le preguntó a su compadre Antonino Parrilla si eso no le perjudicaría. Antonino tuvo que convencerlo de que esa parodia, tan repleta de gags y doble sentido, es una obra de arte. El poeta jerezano que le puso un bar amarillo bajo su casa en la Costilla asegura que el Nano comparte con el Beni y el Chano ese arranque tan gadita del punto escénico de sus más logrados nombres. El humor del Nano, las seguiriyas aprendidas de su padre el tío Juane , con calle en Jerez, siempre han estado al servicio de la causa. Que no ha sido otra que la de que hacer amigos y embobarlos con su arte. En la Feria de Abril se le conocen situaciones para hacerle una portada. Y dedicarle dos alumbrados. Una vez le presentaron a uno de los empresarios más potentes de la comunidad, el ubriqueño José Luis López , más conocido por El Turronero. Estaba presente el banquero Mario Conde . Y alguien le preguntó al Nano si conocía o no al señor López, para presentárselo. Y el Nano, sin descomponerse, contestó: ¿No lo voy a conocer? ¡Es el chófer de Mario Conde…!

Ni Antonino Parrilla ni Juan Pérez Garramiola necesitaban chóferes para ir a la Feria. Ambos se conocen a las mil maravillas el código de circulación del farolillo. Y saben que hay cruces que te llevan a la gloria. En uno de ellos se encontraron con el genio de talla especial. Y el Nano los invitó a comer. Tiró de generosidad y rumbo y pidió para su compadre Antonino «Moechandán» con cigalas gordas y ración de pajaritos fritos. Al descabezar unas de las cigalas, la manguera del marisco le arruinó terno y camisa. Y el Nano miró a Juan preocupado: «Esta tarde tengo actuación en la caseta». Juan hizo la llamada oportuna a su tienda para que le buscasen traje y camisa y vestirlo de nuevo. Un problema menos y una solución cabal. El Nano se fue a trabajar, se entregó cantando, pero tanto su compadre como Juan notaban que se tocaba mucho el bolsillo de la chaqueta. Lógico. Por gastar una broma a ambos, se llevó de la tienda unas tijeras y el acerico donde se clavan las agujas. Y cada vez que el Nano, en el éxtasis de sus arrebatos, se pegaba un golpe en el pecho, se clavaba la siderurgia que se había llevado de la tienda de Juan Pérez . Fue una actuación dolorosa, para qué nos vamos a engañar. Pero formó un lío muy gordo. Como aquella noche en casa de Amancio Ortega donde se disfrazó de Miguel Ligero. O aquella otra en la que versionó al coloso en llamas montándose en un barco en Cambados para celebrar la noche de San Juan. Tuvieron que sacar, a todo un bombero de su clase, a prisa y corriendo del jumerío.

Dicen que en Cuba se encontraron por la calle Mercaderes el son de La Habana y la sal de Cádiz y en uno de los locales, el Nano firmó tardes de cante gloriosas, de esas que ni se pagan ni se cobran y que salen directamente del corazón. No saben ustedes lo bien que suena una bulería en la tierra del guaguancó. Y lo bonito que se hace ir por la calle Obispo y escuchar a un asere saludarlo con el ron de la alegría: ¡Qué volá, Nano! Se lo dijeron unas monjitas con las que se encontró en el metro en Madrid cuando se embarcaba para La Habana. «Le irá muy bien por Cuba». Y le fue mejor que al cantinero, porque no necesitó aguardiente para olvidar ningún sentimiento.

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