ENTREVISTA

Bernardo Bueno: «A los jóvenes políticos les digo que se bajen del coche oficial y hablen con la gente»

El actual alcaide de los Reales Alcázares reflexiona sobre el presente y el futuro del monumento y rememora su larga biografía política dentro de la gestión cultural de Sevilla

Sabe que camina por un lugar en el que los siglos se escapan con huidiza elegancia Raúl Doblado

Eva Díaz Pérez

Pasea largos ratos por el Alcázar. Sabe que camina por un lugar en el que los siglos se escapan con huidiza elegancia. Bernardo Bueno (Lepe, Huelva, 1948) es también un hombre de largos tiempos políticos, un veterano de la gestión pública desde el PSOE. Su vida ha estado unida a la cultura desde sus inicios como concejal en Haro, La Rioja, aunque estudió Física y fue profesor de Matemáticas. Recuerda con especial emoción su etapa como concejal de Cultura del Ayuntamiento donde intentó despertar a la Sevilla dormida de los ochenta con esa revolución que fue «Cita en Sevilla». Luego ha seguido como delegado de Cultura de la Junta y ahora en el tiempo de su jubilación es el alcaide del Alcázar, un cargo honorífico, sin sueldo, pero de prestigio social y que ejerce con pasión. Es el discreto alcaide del Alcázar que rememora la intrahistoria cultural de la ciudad y, como hombre de partido, ajusta cuentas con finura.

—Es usted de los pocos políticos a los que se suele ver en actos culturales. ¿Por qué esa distancia entre la política y la cultura?

—A mí me sorprende. Casi nunca me he encontrado a un político en conciertos, en el teatro, en exposiciones o en librerías. Y pienso en lo que se están perdiendo. Confieso que ahora que estoy fuera del cargo disfruto más, porque antes tenía la angustia de que nada fallara. Muchas veces lo he pasado mal, como cuando era delegado de Cultura por si ocurría algo. No me quedaba tranquilo hasta que el espectáculo acababa sin incidencias.

—¿La cultura forma parte de su biografía más que de su profesión? ¿Ha sido elección más que obligación?

—Totalmente. Yo siempre he estado interesado por la cultura. En las primeras elecciones municipales fui concejal de Urbanismo y de Cultura en Haro en La Rioja, donde vivía. Cuando llegó la autonomía e intuí un traslado masivo de profesores de instituto. Lo aproveché y ya me quedé aquí en Sevilla. Luego en el Ayuntamiento con el alcalde Manuel del Valle en 1983 mi primer cargo fue ser delegado del distrito Casco Antiguo. Pero el concejal de Cultura enfermó y surgió la oportunidad. Ya no me he movido de Cultura en todo este tiempo. De hecho, he sido el único concejal de Cultura que ha repetido en dos legislaturas. Ha sido el sitio que más me ha gustado.

—Incluso llegó a ser concejal de Cultura en la sombra, cuando el PSOE, su partido, gobernó en coalición con el Partido Andalucista. El verdadero concejal parecía más interesado en cierta cultura folclórica.

—Sí, en efecto Alfredo Sánchez Monteseirín me llamó y acepté colaborar. También gratis, como ahora de alcaide de los Alcázares. La llamada del alcalde fue para organizar el centenario de Cernuda y el 125 centenario de Machado. Sí, en el Ayuntamiento es donde mejor he estado. Y también donde más palos me han dado. Fue sobre todo al principio al intentar romper con tantas cosas. La gente me sigue recordando por mi etapa municipal, y mire que he pasado por sitios.

—¿La gente reconoce a un concejal de Cultura por la calle? ¿O es que ha sido usted un político de foto oficial?

El actual alcaide de los Reales Alcázares Raúl Doblado

—Yo no he buscado nunca el protagonismo. Muchas veces lo he tenido que hacer por los cargos que he tenido, pero no me ha llamado la atención. Aunque también le digo que me muevo muy bien en ese ambiente cuando se presta la ocasión. Pero no me importa no aparecer, incluso en cosas en las que he colaborado y sigo colaborando. Podría citarle la Sinfónica. Con la Sinfónica estoy desde que se fundó, porque yo era entonces concejal de Cultura del Ayuntamiento. Aunque, en honor a la verdad, la primera concejala que puso el dinero para que la orquesta funcionara fue Enriqueta Vila, mi sustituta. Porque -tengo que decirlo- el Ayuntamiento estaba un poco remolón. Uno de los que se puso al frente de la orquesta fue José Rodríguez de la Borbolla, que entonces era el presidente de la Junta. Fue uno de los grandes impulsores de la orquesta. Sinceramente yo sigo teniendo muy buenos contactos con todo el mundo. Soy una persona que por naturaleza me gusta la amistad, ser pacífico, procurar la armonía. Es más, se lo aconsejo a los compañeros jóvenes que acceden a los cargos:Poned los pies en el suelo, bajaos del coche oficial, hablad con la gente.

—¿Cómo ha cambiado la política desde aquellos tiempos recios? Porque efectivamente ahora los cachorros de la política no salen de los despachos.

—Es verdad, ha cambiado mucho y no para bien. Antes estábamos todo el día en la calle. Cuántas noches de Fin de Año me he pasado yo en la plaza de San Francisco donde hacíamos un concierto para que disfrutara la gente que no tenía dinero para pagarse un cotillón. Yo he puesto sillas en los conciertos, he cargado con trastos, he repartido entradas con un vespino... Pero es que siempre me ha parecido una cosa normal. Y lo sigo haciendo. Donde hay que echar una mano, ahí estoy. También le digo que donde no me llaman no voy. Con el tiempo tiene uno la ventaja de poder decir todas las cosas que piensa.

—Supongo que se refiere a su salida de la política. ¿Nadie lo llamó y por eso decidió salir discretamente de escena?

—Eso me lo pregunta mucha gente, yo doy evasivas porque no lo sé. Lo cierto es que a mí nunca me ha gustado eternizarme en los cargos. Hay que estar un tiempo prudencial. Cuando he cumplido una función libremente me he ido sin nada a cambio. Me parece normal que en un momento determinado los mismos que te nombraron te señalen el final, pero siempre me ha gustado adelantarme. Yo llevaba ocho años de delegado de Cultura de la Junta donde he estado estupendamente hasta que me di cuenta de que tenía que irme. Ya hacía tiempo que me había jubilado, pero el alcalde Juan Espadas me propuso venir al Alcázar, que yo conocía muy bien. Y confieso que estoy encantado.

—¿Se ha dado cuenta de que entronca usted con un exquisito linaje: Francisco de Bruna, Romero Murube...?

—Sí, es abrumador. Pero, bueno, me ha tocado y lo quiero disfrutar. Como alcaide tengo unas funciones, pero tengo la suerte de tener una directora, Isabel Rodríguez, con la que me llevo estupendamente. Ella es la profesional, es arqueóloga, conoce a la perfección su trabajo y yo ocupo un espacio más político. Formamos un tándem estupendo.

—¿Y ese tándem qué obstáculos encuentra en el camino? ¿Qué les preocupa más del Alcázar?

—Nos gustaría restringir el público, pero la eclosión del turismo es inevitable. Aquí entran siete o diez mil personas todos los días. Es una ciudad con gente deambulando por todos los espacios y concentrándose en los más espectaculares. Eso tenemos que regularlo y tenemos que pelearnos, en el buen sentido, con otras personas que piensan de otra manera. Pero al tener los dos una idea parecida nos ayuda contra los demás, porque aquí todo el mundo quiere hacer algo. Y a todos hay que escuchar. El Alcázar es el único monumento junto a la Alhambra y la Catedral al que le sobra el dinero. Eso va a seguir superándose, pero tenemos que hacer algo porque no puede seguir incrementándose el público.

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