Los hermanos Félix y Rafael Gómez junto a Francisco Martín
Los hermanos Félix y Rafael Gómez junto a Francisco Martín - B.M.
LANTEJUELA

Los últimos poceros de la Sierra Sur

Estos trabajadores tardaban un mes en excavar un pozo a pico y pala. Y tenían que quedarse viviendo junto al pozo

LANTEJUELA Actualizado: Guardar
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Francisco Martín Morón entra en la oficina de Perforaciones Pozosol. Antes de dar la mano a sus dos amigos, Félix y Rafael Gómez, tiene que soltar en el suelo la herramienta que trae al hombro, uno de sus picos para cavar pozos. A sus 81 años baja los seis kilos de metal y madera con total soltura.

«Con estas herramientas y mis manos saqué adelante a mi familia, con ocho hijos», afirma con una sonrisa. Los tres hombres en la sala son la imagen viva del pasado y el presente de una profesión que ha tenido gran importancia en la localidad: la de los poceros.

Francisco fue uno de los primeros poceros de Lantejuela, ha dedicado 65 años a esta profesión y conoce el tajo desde sus orígenes.

En todo ese proceso se cruzaría con Félix y Rafael, dos jóvenes lantejolenses que comenzaron a emplear maquinaria pesada para la realización de pozos de una forma más moderna. Juntos reviven anécdotas e historias sobre ese proceso para explicarlo a ABC Provincia.

Para abrevar las cabras

A la entrada de Lantejuela descansa un pozo como recuerdo a la profesión de los poceros, que también cuentan con su propia calle en la localidad. Los comienzos de esta antigua profesión, que llegó a contar en sus buenos años con unas quince cuadrillas, fueron el sustento de muchos vecinos que realizaban los pozos prácticamente con la fuerza de sus manos, usando picos, palas y sogas.

Después harían su aparición las grandes máquinas para la excavación, lo que haría evolucionar la profesión. Actualmente la localidad cuenta con unas ocho empresas que se dedican a este sector.

Cuando Francisco recuerda como fueron esos comienzos, en 1948, destaca que fue en parte fruto de la casualidad. «Por aquellos años no había mucha agua en el pueblo. Un vecino que tenía cabras en la calle Marchena le preguntó a mi hermano Adolfo si podía hacerle un pozo para abrevar las cabras en su casa».

Ni corto ni perezoso, Adolfo hizo el pozo con éxito y en poco tiempo le empezaron a llover las peticiones de otros vecinos. Francisco comenzó con 14 años a sacar tierra con la soga y a llevarla en carrillos. Los cinco hermanos, conocidos como «los vinagre», comenzaron en poco tiempo a presentar sus propios presupuestos y a realizar pozos por varios pueblos de toda la comarca.

Las peticiones de pozos servían normalmente para dar agua al ganado o para regar campos de cultivo, como el del algodón que se sembraba en Lantejuela. Unas necesidades que le dieron gran importancia a los poceros.

«El trabajo era muy duro, pero se ganaba más dinero que en profesiones de braceros, porqueros o gañanes». Los hermanos podían tardar casi un mes en cavar un pozo. Con picos y palas podían cavar una media de un metro por día. Hasta tal punto era duro el trabajo que tenían que estar el tiempo que durara el trabajo junto al pozo. «Dormíamos, comíamos y hacíamos vida junto al pozo, ya que no podíamos alejarnos para que no hubiera ningún problema». Los hermanos iban con sus primeras bicicletas y las herramientas hasta la zona donde tenían que hacer los pozos.

Salto generacional

Junto a la familia de Francisco, otros vecinos de la localidad comenzaron su propia carrera en el arte de fabricar pozos, con las dificultades propias de la época, en las que no había tubos para realizarlos.

«Teníamos que hacer la forma cilíndrica de los pozos por medio de ladrillos y rellenando y alisando los huecos», explica Francisco. La pericia de muchos de ellos dio origen a los primeros maestros de albañiles locales. La profesión fue evolucionando con los jóvenes del pueblo. Una muestra serían los hermanosGómez Serrato. Félix tenía 25 años y Rafael 29 cuando Francisco los llamó para que le ayudaran con su maquinaria moderna para hacer pozos.

Las excavadoras bivalvas, las retroexcavadoras y las perforadoras de pozos hicieron su aparición. Los jóvenes lantejolenses aprendieron de la mano de los antiguos poceros. Unos aportando su experiencia y otros sus conocimientos en maquinaria especializada. «El trabajo que antes podía durar casi un mes se realizaba en un día o en media jornada», señala Félix.

Fue un salto casi natural que nació en el mismo pueblo. Las grandes máquinas venían en su mayoría desde Italia, y supuso una mejora que permitió a los poceros trabajar por toda España.

Ambos hermanos bromean con que si «Curro hubiese tenido esas máquinas antes no quedaría pozos por hacer». Aun así, muchos de esos pozos hechos a mano se encuentran distribuidos por los pueblos cercanos a la Sierra Sur.

Muchos, todavía en perfecto estado. Ahora, las empresas lantejolenses prestan su servicio buscando el agua en diferentes puntos de España y Portugal, pueden volver a su casa tras el trabajo, pero no olvidan los comienzos de sus predecesores.

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