La ventana indiscreta

Un hongo asesino y John Ford

La serie 'The Last of Us' adapta el videojuego homónimo pero mira, con guiño incluido, al maestro del cine del oeste

Pedro Pascal y Bella Ramsay, protagonistas de 'The Last of Us' Jorge González
Lucía M. Cabanelas

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Lo fácil era caer en la tentación. Recurrir a lo conocido. Pisotear los tópicos. Retorcerlos. Que si ‘The Walking Dead’ , ‘The Leftovers’ , ‘The Rain’ ... zombis clásicos, desaparición espontánea de un porcentaje de la población y virus tóxico. La serie ‘The Last of Us’ (HBO Max), que adapta el videojuego homónimo, tiene algo de todas ellas pero va más allá. Expande los límites del universo posapocalíptico para recrearse en los dramas cotidianos. El género, tras la pandemia, ya no se abona al terror sobrenatural sino a la tragedia humana, a lo que se ha perdido por sobrevivir en vez de vivir. O, como en ‘Estación Once’, también disponible en la misma plataforma, a los que resisten haciendo arte en medio del desastre.

En ‘The Last of Us’ los populismos crecen bajo los escombros y se imponen con las armas. Por supuesto, también hay una amenaza, el ‘cordyceps’ , ese hongo asesino que es tan plausible que aterra más que la piel podrida de los muertos vivientes. Hay acción, incluso escenas escabrosas, pero está en un segundo plano. La profundidad manda. Todo, aunque distópico, es más humano.

Se extraña el roce de una mano amiga y un beso, aunque sea el último, cotiza al alza. La música, por lejana, cala más hondo aunque suene más bajo. Y el motor de todo termina siendo la relación paternal pero no familiar, ya explorada en películas como ‘Logan’ , entre un hombre y una niña. La familia que eliges, o la que te toca en los días del último libro de la Biblia. El resto es humo, aunque aceche en cada esquina. Aunque tenga cara de monstruo. O de seta. Aunque venga a decir que la muerte no es el final ni mucho menos lo peor que le puede pasar a un ser humano.

La ventana de 'The Last of Us'

En esa disección del miedo que es cualquier ficción sobre el fin del mundo el desahogo es la terapia. En la serie de Neil Druckam y Craig Mazin , creador de ‘Chernobyl’ , que de dramas sabe un rato, no hay diván pero sí ventanas. En todos los capítulos. Y van cuatro. Pero hay una más profunda, porque traspasa la pantalla. Interpela al espectador, le hace ver y sentir lo que sucede tras el cristal. Aunque, como el colapso de la civilización, sea remoto y frío. Corre la brisa helada.

Ventana abierta

Prácticamente cierra el tercer episodio, el mejor de ‘The Last of Us’ y de lo que va de año, dirigido por Peter Hoar, una ventana abierta. Para que ventilen los malos aires, para que entre la luz, que se apaga con el ocaso fuera. Para despedir por última vez a los protagonistas de esta historia casi independiente, la más emotiva de la ficción de HBO. Y no hacen falta zombis, ni virus extraños: tan solo un tragaluz escoltado por unas flores mustias y un cuadro. Un final, el de Bill y Frank , que es un principio, el de la relación de Ellie y Joel ; un guiño al videojuego original y sobre todo un homenaje encubierto a John Ford , ese maestro del cine del oeste que consiguió que el wéstern fuera más que tiros, indios y caballos. Ese genio del parche que estiró la inabarcable Estados Unidos y honró en sus películas a esos perdedores a los que resucita, en espíritu, el protagonista de ‘The Last of Us’ .

Plano de 'Centauros del desierto'

La serie bebe de ese costumbrismo que arraigó en cintas como ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ , ‘Pasión de los fuertes’ o ‘El hombre tranquilo’. De sus dilemas morales, de la profundidad de sus personajes. Ahora los paisajes desolados llaman a conquistar ese desértico nuevo oeste, donde la silueta de Monument Valley es el esqueleto de los edificios pero sigue habiendo pistoleros en las esquinas. Donde las ciudades se han quedado reducidas a pequeños pueblos con ‘sheriffs’ corruptos, los caballos son vehículos escacharrados, los indios son los hongos y los personajes, igual de extraordinarios.

Pero, en el corazón de todo, en el fin del mundo, sobrevive la puerta de ‘Centauros del desierto’ , que aquí, sin John Wayne , es una ventana. Y, como en la película, un principio, pero también un desenlace.

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