«La virgen de agosto», o la emoción de ser turista de tu propia rutina

Jonás Trueba descubre en «La virgen de agosto» un Madrid de verbena y vecinos languidecientes al calor del verano

Jonás Trueba, en el rodaje de «La virgen de agosto» en Madrid Guillermo Navarro
Fernando Muñoz

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La «villa» de Madrid adquiere su verdadero sentido en verano, cuando las calles se vacían, los turistas languidecen y solo quedan los trabajadores sin vacaciones y los que no tienen pueblo para quitarse el calor del asfalto. En ese territorio desangelado propone el madrileño Jonás Trueba revisitar una ciudad que solo se llena de vida cuando se va el sol. Lo hace con «La virgen de agosto», que se estrenó el mismo día de la Asunción, y en la que recorre una ciudad ignorada por los que huyen durante esta quincena: la capital tomada por puestos de feria ambulante, orquestas populares y gente en camisa de manga corta bebiendo en lata. Lo que viene a ser una verbena de pueblo, pero a escasos metros de la puerta de Sol.

Itsaso Arana, la actriz y guionista que pone rostro y verbo a esta virgen laica, pasea en el filme con mirada de turista por los mismo lugares en los que hace semanas andaba más pendiente del reloj que de las vistas. Esa idea, la de ser turista de tu vida, de tu rutina, explota cuando se reúne con viejos amigos (los únicos que quedan un 15 de agosto), cuando llegan las conversaciones infinitas, cuando tiene encuentros furtivos en museos desiertos...

«Hay una clase de movimiento, de vida, que es muy particular de los días de agosto. La manera en la que nos comportamos, nos levantamos y acostamos es distinto ahora que en octubre o en marzo. La película sería incomprensible en cualquier otro mes», cuenta el cineasta, que presume de haber escrito el guión con Itsaso durante conversaciones tan largas como las que reflejan en pantalla.

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La virgen de agosto

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Tras ese primer libreto, se lanzaron a rodar. Fue en el agosto de 2018, en plenas fiestas de San Cayetano y La Paloma, y las miradas extrañadas de los curiosos se cuelan en muchos de los planos. «Me gusta que se les vea detrás porque eso le dice al espectador que eso está sucediendo de verdad. Tengo la obsesión de que sientan que lo que pasa en pantalla no que es algo recreado, casi disecado, sino que realmente sucede en ese momento», desgrana Trueba, que ya filmó el espíritu de la capital –al menos de barrios como Lavapiés, Letras oVistillas– en «Todas las canciones hablan de mí» o «La reconquista».

En ese Madrid lleno de luz, el que le recuerda a las pinturas de Ramón Gaya, Jonás Trueba pone a pasear a la protagonista, que entre tanto tiempo muerto por resucitar acaba descubriendo una nueva vida. Literalmente. «El verano es un tiempo filosófico en el que puedes leer más, ver más cine, estar más con amigos... Incluso estar más solo. Es un tiempo donde hay más tiempo. Incluso pierdes la noción del tiempo», reflexiona el cineasta, que apuesta por «mirar las cosas como la primera vez». «Tenemos esa idea de turistas como invasores, pero hay otra cuestión: todos viajamos a otra ciudad, y ahí todos miramos con curiosidad, y en nuestro cotidiano no lo hacemos. La película va de eso, de levantar la mirada».

Con estos mimbres, Jonás Trueba construye el cesto de una película ligera pero rebosante de cargas de profundidad que explotan al mismo tiempo en la protagonista y en el espectador. Eso sí, rechaza la idea de hacer retratos generacionales. «Me limito a hablar de lo que conozco, de lo que vivo. He ido creciendo con las películas que hago, las pego a mi momento vital. La identificación generacional se explica porque mis espectadores envejecen conmigo», desgrana. Un público minoritario pero fiel que volverá a reencontrarse con Trueba pese a la competencia en taquilla con Tarantino:«Soy consciente de que hacemos películas muy pequeñas, pero también caemos en el error de que todas las películas tienen que batir los récords y ser la más taquillera, la que más premios tiene… Y yo intento vacunarme contra eso y hacer películas alejadas de ese ruido que además nos confunde y nos llena la cabeza de ambiciones idiotas», sentencia.

La protagonista pasea por la ribera del Manzanares, con la Almudena al fondo

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