Crítica de 'La sala de cristal': Juegos de niños en el estertor nazi

El desarrollo tiene algo de visto y de presentido, pero volcado en la pantalla con buena calidad y sin exceso de tinta

Oti Rodríguez Marchante

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Primer largometraje de ficción del alemán Christian Lerch , que lo sitúa a finales de la Segunda Guerra Mundial y en el lado incorrecto de la Historia, en un pueblecito cercano a Munich donde aún se viven con entusiasmo los estertores nazionalistas y a donde llegan, huyendo de las bombas aliadas, una madre y su hijo de once años. La película está basada en los recuerdos de su infancia del guionista, Josef Einwanger , y procura mantener siempre la mirada a la altura del niño, y los niños, del relato.

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Es por tanto una narración de los juegos y sentimientos infantiles mientras el mundo adulto se derrumba a su alrededor, con una constante transfusión de ideas, situaciones y violencia entre esos dos mundos. El desarrollo tiene algo de visto y de presentido, pero volcado en la pantalla con buena calidad y sin exceso de tinta: pule de cotidiano los clichés habituales, viste de juego la crueldad y no elude, ni subraya, la fragilidad de las mentes para vivir hipnotizadas por el vaivén de una medalla de óxido. El personaje de la madre ( Lisa Wagner ) representa bien el carácter amoldable, discrepante pero ahormado a la situación, de parte de aquella Alemania; y el hijo ( Xari Wimbauer ), a esa otra parte que acepta el sabor del caramelo hasta que llega el gustillo a vinagre… Por detrás de lo íntimo de la historia está la descripción, también con mirada infantil, de la estampida y la ferocidad final ante la llegada de las tropas aliadas.

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