Crítica de 'Marlowe': Marca blanca irlandesa: la patente sigue intacta

Los primeros juegos de diálogo ya adolecen de ese algo que es imposible que tuvieran, la chispa, el gesto, la osadía y la arrogancia de unos personajes que están ahí para no morir nunca

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Fotograma de 'Marlowe' Filmaffinity
Oti Rodríguez Marchante

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Un escritor irlandés, John Banville (o su alias Benjamin Black), le cogió a Raymond Chandler su personaje Philip Marlowe para escribir su novela ‘La rubia de los ojos negros’, y el director irlandés Neil Jordan adapta -con un guion de William Monahan- la historia y hace esta película, ‘Marlowe’, que interpreta el actor también irlandés Liam Neeson. Se estrena la película y la duda (que no lo es, realmente) es si está a la altura del notabilísimo celuloide ya rubricado sobre este detective solitario, pesimista y crepuscular hace ya casi un siglo. Benjamin Black no es Chandler, Neil Jordan no es Howard Hawks y, desde luego, Liam Neeson no es ni Bogart ni Mitchum, por sólo citar al mejor Marlowe en ‘El sueño eterno’ o al Marlowe más crepuscular en ‘Adiós, muñeca’.

Aunque la imitación es voluntariosa desde su mismo arranque: las cosas empiezan como empezaban estas cosas, con el detective en su despacho y con la entrada en él de Diane Kruger, una mujer rubia, aromatizada, prometedora y con un encargo para Marlowe, encontrar a su amante desparecido. Esos primeros juegos de diálogo ya adolecen de ese algo que es imposible que tuvieran, la chispa, el gesto, la osadía y la arrogancia de unos personajes que están ahí para no morir nunca. Como es pertinente, el caso se revolverá en tramas, complicaciones y rivalidades inesperadas entre personajes que entran y salen vestidos con su cliché en un Los Angeles rodado, en parte, en Cataluña.

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Marlowe

Marlowe

Es un aceptable catálogo de recursos de aquel cine negro, con fotografía en color, situado en una época y unas circunstancias (final de los años treinta y previos de la Segunda Guerra Mundial) y en el que, como siempre, el argumento no busca redondearse, sino presentar unos tipos clásicos del género y que generan, a su vez, una atmósfera. No hay buenos personajes, pero sí algunos intérpretes que los ennoblecen, como Jessica Lange, madre millonaria, vieja actriz del viejo Hollywood y con más rincones que un caserón antiguo. Y no es que flojee el trabajo de Neeson y de Diane Kruger, que juegan a estar en su papel, pero si nosotros estamos en el nuestro (los de enfrente) hay que señalar que la química entre ellos no da para mediar un vaso de bourbon. También, que se ajusta con interés a esa intuición de Chandler , o la serie negra, de que el chofer tiene la llave secreta, y el actor Adewale Akinnuoye-Agbaje le da algo de peso a todo el tramo final.

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