Crítica de «Knight of Cups»: Música visual

«Hay un protagonista, Christian Bale, al frente del relato; y hay un punto de vista, porque la película se puede resumir en "lo que mira Bale". Ahí acaba la información que nos da Malick»

Christian Bale protagoniza «Knight of Cups», la película de Terrence Malick que llega ahora a España
Antonio Weinrichter

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Una definición de mínimos de una película narrativa es mostrar lo que le ocurre a un(os) personaje(s), y su correlato: crear un punto de vista asociado. Terrence Malick tensa al límite esta noción hasta el punto de romper la baraja, a juzgar por el alto número de enfados que provoca este título suyo que, no por casualidad, nos llega con seis años de retraso. Cierto, hay un protagonista, Christian Bale, al frente del relato; y hay un punto de vista, porque la película se puede resumir en «lo que mira Bale». Pero ahí acaba la información que nos da Malick.

No sabemos bien qué le pasa a Bale, por qué pasea sin cesar con esa cara de perro triste, sin llegar a ninguna parte. Puede ser porque « las piezas de la vida nunca encajan » (cita literal), porque es un escritor en Hollywood (amargado, por tanto) o porque es un actor metódico que no está acostumbrado a trabajar sin guión: «tú pasea, parece que oímos la voz de Malick , «que yo te pongo unos monólogos susurrados y un desfile de chicas de impresión».

También le añade un montaje y un trabajo de cámara (de Lubezki, el mago de la steadicam) de campeonato: en la secuencia de un superparty hollywoodiense con un inefable Antonio Banderas, por ejemplo, el resultado es soberbio, pura música visual. Es como un músico de jazz haciendo variaciones sobre un tema, más que tocando el tema en sí mismo. Y de hecho esto es lo que hace Malick con todas las escenas, ya sean de enamoramiento o de desamor: un perpetuum mobile en torno a los actores que se convierten en modelos sin frase (todo es monólogo), en puros motivos visuales de rostro magnífico (Portman, Blanchett, Dennehy) pero vaciados de dramaturgia y psicología. Una operación bastante radical , si lo piensan, a la altura de un Lynch, pero con él no se enfadan.

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