Crítica de 'El imperio de la luz': Una gran no historia de amor entre películas

La cámara nos muestra la elegancia y belleza de ese animal en peligro de extinción que es una gran sala de cine y la enorme vida de trastienda que guarda en sus interiores

Crítica de 'El castigo': Alta tensión y profunda reflexión

Imagen de 'El imperio de la luz'
Oti Rodríguez Marchante

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Han pasado los Oscar, los Globos de Oro, los Bafta británicos y demás premios del año sin que hayan levantado ninguno ni el director de esta película, Sam Mendes, ni su protagonista, Olivia Colman, lo cual no tiene por qué sorprender a nadie hasta que uno la ve. Tiene Mendes una filmografía modélica y premiada, como ‘American Beauty’, ‘Camino a la perdición’ o ‘1917’, por poner sólo tres, pero ningún título tan íntimo, emotivo y luminoso como éste. Una película especial por el lugar y el personaje, un cine en un pueblo costero de Inglaterra y una mujer empleada allí junto a taquilleros y acomodadores.

Hay en la historia una evidente voluntad de homenaje a las viejas salas de cine, al polvillo de luz sobre la pantalla y al manoseo interior que procuran las películas, pero es aún más fuerte la voluntad de homenaje a los posos románticos en la vida de una mujer infeliz y acomplejada. Una especie de canto al desamor. Las primeras escenas son puro esplendor, y la cámara nos muestra la elegancia y belleza de ese animal en peligro de extinción que es una gran sala de cine y la enorme vida de trastienda que guarda en sus interiores. Y enseguida la conocemos a ella, a Olivia Colman en un papel en el que cada gesto es una página de sí misma, su risa, su soledad, su entrega (incluso a su sórdida aceptación del abuso sexual por el dueño del cine) y su capacidad de entusiasmo naif con el joven recién contratado para cortar entradas.

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Sam Mendes poetiza la imagen para sentir lo trascendente del cine (el tramo final, la entrada de ella en las películas, su transfusión de vida, es delicado y hermoso) y también despliega prosa para hablar del racismo de la época (principio de los años ochenta) y del pasado mentalmente convulso de ella. Aunque es en el dibujo de Hilary donde la percepción de su cámara se muestra más sutil y donde la actriz Olivia Colman consigue la proeza de construir emoción, subversión, amargura y temperamento para el relato que se cuenta. Todos los actores están bien, Colin Firth, Michael Ward, Toby Jones…, pero ella es un libro cerrado que se deja leer de par en par. Un pequeño pero: hay tantos finales encadenados que cuando aparece la palabra Fin te sorprende.

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