Crítica de 'La habitación de las maravillas': Los deseos del hijo son la chispa de la madre
La intención de la directora, Lisa Azuelos, es sacarle brillo vitalista a un trance demoledor, hasta el punto de forzar momentos de ‘comedia’ que resultan chocantes
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Una situación trágica de partida que busca desesperadamente convertirse en una película agradable y hasta alegre mediante una mirada a la vida y a la supuesta chispa que ésta debe de tener. Un accidente lleva a un niño de 12 años al hospital y a un coma que revolucionará por completo lo que era la existencia llana de su madre, una mujer en la cuarentena, soltera y sin excesivos vuelos hasta entonces, que descubre en un cuaderno de dibujo de su hijo la consabida lista de cosas que quiere hacer antes de morir .
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El argumento se sitúa en dos escenarios principales , la habitación del niño en coma y el resto del mundo, al que viaja su madre para cumplir todos esos deseos en su lugar, y con la idea de que ello le trasmitirá milagrosamente las ganas de vivir. La singularidad de esos deseos le dan a la película movilidad, intriga (¿funcionará?) y un tono a veces espiritual, como ir a nadar con las ballenas; a veces emocionante, como conseguir la dedicatoria de un dibujante de cómic japonés al que admira, y a veces algo ridículo (tocarle los pechos a su profesora de matemáticas) o absurdo y desaconsejable e impropio a esas edades, la del hijo o la de la madre, como comerse unos hongos alucinógenos.
La intención de la directora , Lisa Azuelos, es sacarle brillo vitalista a un trance demoledor, hasta el punto de forzar momentos de ‘comedia’ que resultan chocantes, con la madre y la abuela en esa habitación de las maravillas donde vegeta el niño. Se hace, no obstante, cercana y conmovedora gracias al esfuerzo de Alexandra Lamy y su interpretación profunda y revoltosa de una mujer que encuentra la chispa de su vida en los deseos de su hijo.
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