Crítica de «El glorioso caos de la vida»: Amor con fecha límite
«Tiempo de amar, tiempo de morir» se llamaba uno de los melodramas de madurez del gran Douglas Sirk. A una escala mucho menos épica, ese título o uno similar le podría cuadrar a esta premiada película
«Tiempo de amar, tiempo de morir» se llamaba uno de los melodramas de madurez del gran Douglas Sirk. A una escala mucho menos épica (como diría Norma Desmond, el cine se ha hecho más pequeño), ese título o uno similar le podría cuadrar a esta premiada película, que está a punto de encajar en el molde formulario de producción indie de «sufrimientos y sentimientos», de lo que se libra merced a unos cuantos regates tan eficaces como poco ostentosos, o quizá por ser australiana.
La premisa no ofrece ninguna novedad (se despliega en unos cuantos títulos recientes, siendo quizá el mejor «Yo, él y Raquel» ): chica, escandalosamente joven para sufrir un cáncer terminal, conoce a chico y con él, su primer amor. Esta doble injusticia, conocer la mortalidad a deshora con el agravante de despertar al amor, hace que cada momento de felicidad sea doblemente precioso para esta «muerta de permiso». Y la película sabe mostrarlo sin excesos excepto por un epílogo que abusa del portentoso poder del cine para evocar o sustituir la pérdida con imágenes de memoria. Pero digamos que se gana este pequeño abuso en el recorrido anterior.
El chico que conoce la niña, por ejemplo, es el peor príncipe azul que cabría imaginar, como reconocen sus sufridos padres. La propia pareja de progenitores merece similar atención que los jóvenes amantes, lo que es una agradable sorpresa y nos permite disfrutar de un par de excelentes actores: esta es una película sobre cuatro personajes, que no comete el habitual pecado de idolatría a lo juvenil. Y lo mejor es el trabajo de Eliza Scanlon , en escenas tan brillantes como esa en la que una condiscípula le pide probarse la peluca con la que tapa las secuelas de la quimioterapia.
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