Los otros Palentino de Madrid: bares de toda la vida que sobreviven al postureo

La etiqueta #Instafood no cabe en estos locales, iconos populares y garantes del verdadero ambiente de la capital

Homenaje a Casto, el del Palentino, en el cierre del bar, en la calle del Pez MAYA BALANYÁ
Ignacio S. Calleja

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Sus decoraciones no son propias de una galería de arte y en sus platos y vasos no cabe la pomposidad. Auténticos y sin artificios , son las galias entre los bares de postureo que trufan el paisaje gastronómico, locales de toda la vida que sobreviven con sus barras de zinc, raciones y servilletas por el suelo. Mientras Malasaña aún llora la muerte de Casto , el corazón del Palentino, aquí va una pequeña muestra de estos iconos populares en peligro de extinción.

El jueves pasado falleció el copropietario del Palentino y, con él, parte de su encanto. Siempre abarrotado, fue un nexo entre «hipsters» y la parroquia de siempre, famoseo incluido. El homenaje espontáneo de la gente, que ha convertido el cierre metálico en una suerte de epitafio, es un ejemplo de que el verdadero ambiente de la ciudad, el que se mide entre raciones y cajas de botellines, está en estas barras.

A apenas media hora de Malasaña, en Ponzano, surgen nuevos bares y restaurantes como setas en otoño. Cada cual más cuidado y aparente, escenario perfecto de instagramers. Pero allí mismo sobrevive El Escudo , un pequeño local de raciones, bocadillos y menús ubicado en las antípodas de su competencia. No es vintage, es un clásico que no cambia y tampoco se vende.

Aunque en otra categoría y consideración, El Doble o el Fide , también en Ponzano, merecen una mención especial. Con la misma oferta que hace años sobresalen entre los locales de nuevo cuño, siempre sostenidos por su excelente tiro de cerveza de barril y sus conservas, marisco y embutidos. Algo parecido a lo que ocurre en La Castela o en Casa Sanchís , las estrellas del barrio del Retiro desde que los aperitivos tienen uso de razón.

Público joven

En muchos casos estos bares están asociados a una clientela envejecida, pero nada más lejos de la realidad. Todos atraen a un público joven, hasta el punto de afianzarlo como su parroquia habitual. Es el caso, por ejemplo, de los médicos residentes en el Hospital de La Princesa, que junto a otros grupos de chavales dan vida al Chivis , en la calle de Juan Bravo. Dos jovencísimos Raúl y Alkorta están colgados junto al dueño, recuerdo de hace más de veinte años, en una pared de gotelé, junto al espejo que comparten estos establecimientos. Su secreto: el precio y las buenas copas.

Estas cuatro pinceladas son solo un guiño de lo que la capital esconde, a pesar de que la batalla no siempre se gana . Peor suerte han corrido locales como el Prado y el Lozano, definidos con orgullo como «cutrebares» y, lamentablemente, derrotados por el «brunch» de los domingos y la fiebre por las etiquetas #Instafood.

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