Muse en el Barclaycard Center
Muse en el Barclaycard Center - Isabel Permuy
Rock

Muse, la banda de las galaxias

El trío británico demuestra en el Barclaycard Center que sigue sin tener rival en el rock de estadio

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«Star Wars» es al cine lo que Muse al rock. La épica evocadora del mito, la dicotomía del bien y el mal, la espectacularidad desmedida, son elementos básicos en la definición de la expresión artística que escoltan. Ni la saga de uno ni la discografía del otro son las más brillantes en su categoría, pero ofrecen un universo paralelo con su propia mitología, con una intrahistoria que nunca se llega a entender si no se presta la debida atención. Por eso ambos comparten un tipo de público, devoto y fiel connaisseur, que suele ir acompañado al espectáculo por otros asistentes más casuales, pero que al apagarse las luces aparecen rendidos ante la misma evidencia. A estas alturas, ya nadie puede sentirse traicionado viendo una de sus películas o escuchando uno de sus conciertos.

No se necesita un guión fabuloso ni las mejores canciones del mundo para una inmersión multisensorial en semejante eucaristía de pirotecnia.

La previa del concierto también parecía la de un preestreno estelar. En las puertas principales del Barclaycard Center había gente que pasó la noche para coger sitio en primera fila, y el merchandising oficial hacía furor en los pasillos del pabellón, con docenas de chavales arremolinándose sobre los stands para hacerse con su camiseta de Muse. En realidad, los pocos que no la traían de casa. Dentro, la expectación también era de cine cuando las luces se apagaron, y comenzaron a sonar las notas de un coro de voces celestiales pregrabadas –lo único que sonó en dicho formato, suponemos-. Las pantallas mostraban mensajes como «drones killed my daughter» (los drones mataron a mi hija), cuando unas esferas luminosas descendieron desde el techo hacia el escenario, esta vez ubicado en el centro de la pista – al estilo de sus ascendentes directos del arena-rock, U2-, y mientras los móviles lo grababan todo, la euforia empezó a desatarse en las gradas. Entonces sonó el riff «jevorro» del primer corte de su nuevo disco, «Psycho», todo el público comenzó a saltar al unísono y arrancó el circo del sol particular de Bellamy y los suyos.

Otros temas como «Reapers» y “Plug in baby» siguieron acelerando las pulsaciones de las 15.000 almas que idolatraban a Matt Bellamy en cada uno de sus movimientos –esta vez más contenidos, por la fractura de un dedo del pie-, hasta que «Dead Inside» e «Isolated System» trajeron unos instantes de relativa calma. Pero uno de los grandes estallidos estaba a punto de ocurrir: el de «Supermassive Black Hole», quizá su mayor hit, que abrió paso a «Prelude», «Starlight» y una «Apocalypse Please» con Bellamy tocando el piano en solitario.

Las luces del escenario y del mástil de bajista Chris Wolstenholme, los laseres en todas direcciones, el parpadeo de las pantallas gigantes, el griterío del público, hacían que aquello pareciese una batalla intergaláctica. Para algunos, demasiado lejos de aquello que inventó Chuck Berry. Para otros, simplemente bombástico y extraordinario.

«Time is running out» anunció la llegada de la recta final y, en efecto, «Uprising» cerró el setlist «oficial». Pero por supuesto quedaban los bises (en realidad ejecutados sin interrupción), con ese hit de leyenda llamado «Knights of Cydonia» elevando a la audiencia hasta el nirvana colectivo en una nube de toneladas y toneladas de confeti.

Al apagarse las luces de nuevo hubo fans que se quejaban efusivamente de que les faltó esta o aquella canción, y pedían a gritos que fueron incluidas en el segundo pase que habrá esta noche. Igualito que esos seguidores de la saga galáctica que creen que sabrían hacerlo mejor como guionistas, y que sin embargo vuelven a ver la película una y otra vez.

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