TOROS EN BURGOS

Dos orejas de risa para El Fandi y un rabo para Castella

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Llueve sobre mojado en Burgos, donde un desvergonzado presidente ha querido maquillar con un falso triunfalismo las dos birrias de corridas de los días precedentes. Porque no es de recibo que el ganadero Bañuelos haya colado una auténtica escalera (más de 100 kilos de diferencia entre el toro más grande y el más chico).

Una corrida mansa y deslucida en la que si acaso podría salvarse un toro,el sexto, pero que a tenor de los trofeos concedidos podría dar la impresión de haber dado mucho de sí. Pues no, el encierro no dio la talla por muchos pañuelos que sacara el presidente.

El rabo concedido a Castella en el último sería la coartada para magnificar el contenido global del festejo. El caso es que Castella es el que menos culpa tiene en esta movida, ya que se limitó a estar lo mejor que se podía, toreando con valor y elegancia en una faena ajustada a las más estrictas normas de ortodoxia y clasicismo.

El corazón por delante en cada suerte, ejecutados todos los muletazos con absoluta quietud. Emotiva apertura con un pase cambiado por detrás ligado a otro por alto.

Castella toreó en tres tandas por la derecha con tremenda suficiencia a pesar del viento. El toro siempre a menos, sin embargo aguantó todavía un circular por detrás ligado a otro por delante y repetida la suerte dos veces, como al principio.

Fue faena para valorarla hasta las dos orejas al tratarse de plaza de segunda, pero ni mucho menos de rabo. Venía comprometido por las dos orejas que había cortado El Fandi en el toro anterior por una faena deslavazada y sin ninguna calidad. Todo el mérito del granadino estuvo en el espectáculo de las banderillas.

Al margen de tan triunfales actuaciones, decir que Castella nada pudo hacer con su paradísimo primero. El Fandi en su toro anterior había estado más completo tanto con el capote como en banderillas. Aunque con la muleta bajó mucho.

Magisterio de Ponce

Enrique Ponce dictó una lección de magisterio torero en el toro que abrió plaza, escurrido de carnes, que no humillaba y se iba suelto de las suertes. Ponce se la puso en el sitio justo y a la altura adecuada, tapándole todas las salidas para que no tuviera otra opción que echarse para adelante. Le pegó pases prodigio de técnica.

El cuarto el más aparente de los seis, o al menos con los pitones más reconocibles, sin embargo reservón, le obligó mucho al torero, total para terminar aculándose en tablas.