TRANSICIÓN. Gates, ante el logotipo de su millonaria empresa, ha comunicado formalmente que ha puesto en marcha un proceso para desvincularse de Microsoft en 18 meses.
Sociedad

El visionario se hace benefactor

Bill Gates, dueño de la mayor fortuna del mundo y creador del primer gran imperio informático, anuncia que dejará sus empresas para dedicarse a sus proyectos solidarios en el Tercer Mundo

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El jovencito que mira desde una esquina de aquella foto histórica tomada en diciembre de 1978 tiene el aspecto de esos genios de tez pálida que viven a la sombra de su habitación, o en las aulas de Harvard (Massachusetts), barbilampiño, sin duda avispado. El grupo de Alburquerque (en la foto se les podría confundir con The Ma-mas&the Papas) fue el seno en el que se desarrolló el negocio que iba a cambiar el mundo en las siguientes décadas, aunque entonces resultara difícil saberlo. Bill Gates y Paul Allen, jovenzuelos y visionarios, crearon Microsoft en 1975, con veinte años; abandonaron la Universidad en 1976, y en-contraron la llave definitiva del éxito en 1980.

El hombre que acaba de anunciar su retirada encabeza desde hace tiempo la lista Forbes de los más ricos del mundo, con una fortuna que ronda los 50.000 millones de dólares. Allen, que dejó la empresa demasiado pronto para tratarse una enfermedad, es hoy la sexta fortuna del planeta, 22.000 millones de dólares.

Su destino -cosido a los sistemas operativos y la programación, la vida pegada a una pantalla- se antoja visto desde hoy como inevitable. Primero, por el colegio en el que estudiaron Gates y Allen, la escuela de élite de Lakeside, en Seattle, que en 1968 compró una red de computadoras intercomunicadas por una línea telefónica, un lujo en la época. Y, a partir de ahí, por la continua relación de ambos con los chips.

Aún en el colegio lograron el acceso al PDP-10, un ordenador creado por Digital Equipment Corporation en el que aprendieron el lenguaje de aquellas máquinas. Ya en la Universidad, empezaron a venderle software a Micro Instrumentation and Telemetry Systems (MITS), con sede en Alburquerque (Nuevo México), para su Altair 8800, una «leyenda» de 256 bytes de memoria. No había vuelta atrás.

La clave del despegue

Bill Gates aguantó dos años en Harvard. Sentía que el mundo iba demasiado deprisa como para verlo pasar desde las aulas. En aquel punto, IBM encargó a los inseparables Gates y Allen su nuevo sistema operativo. «Para ayer», les dijeron. ¿La solución? Compraron por 50.000 dólares el trabajo de un programador de Seattle, lo modificaron y le cambiaron el nombre. Allí nació el MS-DOS (Microsoft Disk Operating System). Los directivos de la multinacional, como casi todos en aquella época, pensaban que el valor estaba en el hardware y no en el software, así que renunciaron a la exclusividad y permitieron a los dos jovenzuelos conservar los derechos de propiedad intelectual. El programa se rebautizó como Windows, y empezó a instalarse sin pausa hasta alcanzar el 95 por ciento del mercado. Habían encontrado una mina de oro de la que hoy viven 61.000 empleados.

El grupo entró en Bolsa en 1986, en aquellos años en los que empezaba a inflarse la burbuja del sector tecnológico. La Red era una fiesta en la que se movía el dinero a manos llenas. Muchos inversores se han pasado años lamentando su exceso de confianza. Microsoft también perdió una parte sustancial de su valor, pero los cimientos del «universo Gates» eran demasiado sólidos como para no soportar el embate.

Microsoft mueve el mundo, o lo ha movido hasta hace diez minutos. En algún caso, quizá con una exhibición de musculatura demasiado aparatosa, lo que ha llevado a la compañía a hacer frente a varias demandas por monopolio, al vincular diversos programas, como el Explorer o el Windows Media, al sistema operativo.

Esas batallas legales contra gi-gantes (Unión Europea) y hormigas (minúsculas empresas, como Eolas) se han confundido en los últimos tiempos con otra guerra, la comercial: el avance de Google o Yahoo, el cambio del modelo de negocio, la era internet, las dudas sobre los nuevos productos de Microsoft, los retrasos en la salida del Windows Vista, el relevo del XP. La Bolsa ha reflejado con nitidez esa sensación de incertidumbre. El valor se ha estancado en los últimos dos años y ha perdido el 15 por ciento desde abril.

Ray Ozzie, recién llegado (2005) cabeza pensante de la empresa, director de software y de productos, y Craig Mundie, jefe de investigación, vienen a modificar ese rumbo. ¿Y Gates? El tiburón que ha devorado el mercado durante los últimos treinta años, a veces con un evidente interés por acaparar, pasa a la reserva activa.

De momento, seguirá en su despacho hasta julio de 2008, para asegurar una transición suave. Luego se vaciará en su «otra» pasión, la filantropía, fascinado por una asociación de ideas poco frecuente: ha dedicado la primera parte de su vida a ganar dinero y entregará el resto a devolverlo a la so-ciedad.

Pasión filantrópica

El empresario genial descubrió hace tiempo que convertir a su fundación benéfica en la más rica del mundo no era suficiente para marcar la diferencia entre las clases más desfavorecidas. Como más de una vez lamentó entre sus ejecutivos, «donar dinero de forma inteligente lleva tanto trabajo como conseguirlo».

Los 29.000 millones de dólares con los que ha dotado a su fundación (gatesfoundation.org) la convierten en la primera del mundo, según Los Ángeles Times, y mu-chos hablan ya de Gates como el Rockefeller de nuestro siglo. No en vano la pareja que le da nombre compartió en las Navidades pasadas la portada de la revista Time con el cantante Bono, elegidos los tres Personas del año por su extraordinaria dedicación a las causas filantrópicas del Tercer Mundo. «Los buenos samaritanos», era el título de portada.

Paradójicamente, a Bono no le fue fácil lograr audiencia con el hombre más rico del planeta. «La salud mundial es inmensamente complicada, no se reduce al análisis de vamos a ser buenos», se disculpó después Gates. «Así que pensé que reunirme con él no sería del todo valioso».

¿Cuánto cuesta la vida?

El genio de la informática cambió de opinión a los dos minutos de conocer al cantante de U2. Al parecer, tanto él como su esposa, otra fanática de la informática que trabajó en Microsoft antes de casarse con el jefe, son unos entusiastas de los datos y las cifras, algo que Bono maneja tan bien como su voz. Dicen que Bill y Melinda calculan fríamente cuántas vidas van a salvar con cada millón que gastan, y que son estrictos a la hora de pedir explicaciones de a dónde va cada centavo. «No porque esos centavos le importen mucho», le defendió Bono en las páginas de la revista Time, «sino porque [Bill Gates] demanda eficacia en todo lo que hace».

Milagros, no limosnas

Muchas de sus donaciones han ido a estudios que buscan una vacuna para el virus del sida, plátanos más nutritivos, productos químicos que impidan a los mosquitos oler a sus víctimas o vacunas que no necesiten refrigeración. Los Gates no intentan acabar con el hambre del mundo alimentando niño por niño, sino que buscan la fórmula mágica para dar el campanazo, como hiciera el informático con Microsoft. Su fundación invirtió el año pasado en enfermedades como la tuberculosis o la malaria, a las que ha declarado la guerra, más de la mitad de todo el dinero que destinó el mundo, o sea, 159 millones de dólares, según publicó Los Angeles Times, que lo sitúa a la altura de la Organización Mundial de la Salud.

Cada segundo cuenta. La malaria mata dos niños africanos por minuto, sin descanso. Cada minuto una mujer muere por complicaciones con el embarazo, y en ese mismo minuto mueren tres personas de tuberculosis, y nueve resultan infectadas de sida.

Gates se dio cuenta un día de lo «estúpida» que es la pobreza, dijo a Time, aquélla en que la gente muere por no poder gastarse dos dólares en una pastilla.

«Cuando tienes los recursos para producir un gran impacto no te puedes decir, bueno, cuando llegue a los 60 años me pondré a ello», reflexionó al ser nombrado Persona del año.

Batalla contra la miseria

Sin duda ya le rondaba en la cabeza la idea de dedicarse en exclusiva a la fundación que preside junto con su padre y su esposa, y a la que ha prometido donar el 90 por ciento de su fortuna.

Muchos creen que puede haber sido una idea genial, con la que ser recordado en la historia por dar la batalla a las miserias del Tercer Mundo, en lugar de por sus tácticas depredadoras contra sus rivales comerciales. Ni siquiera Wall Street o el mundo de la informática se han tambaleado con su inesperado anuncio de retirarse en dos años. Las acciones, incluso, han repuntado ligeramente estos días, desde los 21,94 a cerca de los 23 dólares.

Los analistas creen que Microsfot necesita reiventarse a sí misma para seguir siendo el líder en una época diferente a aquellos años setenta, cuando Gates y Allen concluyeron que el gran negocio estaba en los programas y no en las máquinas.

Los efectos sobre la compañía serán más de «evolución» que «de revolución», decía un editorial del New York Times, y «probablemente afecte más a los enfermos de sida o malaria que a los inversores de su compañía».

La Fundación Príncipe de Asturias anunció a principios de mayo la concesión del premio a la Cooperación Internacional a Bill y Melinda, «los mayores filántropos del mundo».

En internet no faltan los comentarios que aseguran que el todopoderoso Gates va ahora a por el Nobel. Las dos vidas de Bill Gates, la empresarial y la solidaria, acabarían de esta forma en el triunfo absoluto.